«Estoy muy sorprendido con lo que ha ocurrido. Posiblemente esto tenía que pasar, un día había que dejarles solos, pero no así. En dos días los talibanes han borrado 20 años de trabajo». El autor de esta reflexión no es un ciudadano cualquiera. Conoce bien el devenir de Afganistán en las dos últimas décadas. No en vano el hoy general retirado Jaime Coll Benejam fue el jefe del contingente español que abrió la misión en ese país de Asia Central en enero de 2002, poco después de que Estados Unidos decidiera derrocar a los talibanes y acabar con las bases de Al Qaeda en suelo afgano, tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

Coll era entonces un coronel de 53 años que fue destinado a comandar un grupo de 350 militares para cumplir con el mandato del Consejo de Ministros que había acordado la participación de tropas españolas en la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF). Esta fuerza actuaba bajo el paraguas de la ONU y su objetivo consistía en apoyar a la administración interina en la reconstrucción del país.

«Conocen bien el terreno y saben cómo atraerse a la población», indica en alusión a los talibanes. «Pero lo ocurrido deja tambaleando a las potencias occidentales, incluida Europa y la OTAN. Sin Estados Unidos esta organización carece de esqueleto», añade. 

Coll, que fue segundo jefe del Estado Mayor del cuartel general de ISAF en Kabul, se ha movido en las organizaciones internacionales lideradas por estadounidenses, donde destacaban las buenas planificaciones, disponían de todos los medios posibles, trabajaban con procedimientos muy elaborados y sigue considerando «incomprensible» que los americanos hayan reconocido que la planificación de su retirada pudo no haber estado muy acertada. Y recuerda las palabras de Joe Biden, responsabilizando al ejército afgano de la caída del país en manos de los talibanes, y al Gobierno del caos existente: «Un presidente de Estados Unidos no puede decir esto». 

El Rey Juan Carlos I, en la despedida del contingente en Zaragoza ÁNGEL DE CASTRO

Tristeza y un poco de decepción son algunos de los sentimientos que reconoce con este desenlace. «Fuimos los primeros, con muchas ganas de participar en la reconstrucción de un país. No me arrepiento de nada, lo volvería a hacer porque esta misión fue ilusionante, pero tristeza, toda, por ver cómo en dos días se ha desecho todo. Habrá que esperar cómo evoluciona, pero seguro que hay gente detrás de la barricada esperando para actuar».

La organización y preparación de la primera misión internacional del ejército español tras la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas fue todo un reto. Más de 6.000 kilómetros separaban España del destino, 350 personas, armamento, material, comida para sobrevivir cuatro meses si las condiciones no permitían cumplir con lo previsto... Todo desplazado por vía aérea: 12 aviones Antonov 124 y 7 Hércules realizaron el despliegue. 

"Fui tan mentalizado que llegué y pensé que estaba en San Gregorio"

Coll viajaba con dos ideas muy gráficas en su cabeza: la frase ya mítica del primer comandante de ISAF, el general británico que casualmente se llamaba McColl, que dijo de Afganistán: «Esto es la Luna llena de minas», y la del autor James Michener quien en su libro Caravanas se refería al país asiático como «Palestina en los tiempos de Jesucristo». «Yo me fui tan mentalizado que cuando llegué pensé: esto es como San Gregorio (el campo de maniobras zaragozano conocido por su dureza y sus temperaturas extremas en invierno y en verano), pero con montañas nevadas alrededor».  

Con montañas nevadas, temperaturas de -15º C , un país destruido, lleno de minas --el segundo del mundo-- ataques de la insurgencia, una población temerosa y muy dividida en etnias, cada una con su cuota de poder según la región, problemas de salubridad, enfermedades... y varios terremotos que. a modo de recibimiento, sufrieron al poco de aterrizar en el aeropuerto de Kabul.

El entonces coronel Coll, a la izquierda, en una reunión con otros ejércitos SERVICIO ESPECIAL

Todo estaba por hacer y en apenas unos días comenzaron a trabajar. A salir a la calle, a relacionarse con la población local. «Al principio nos miraban sorprendidos, no habían visto a tanta gente distinta en su vida, eran curiosos. Les ofrecíamos cosas y nos relacionamos mucho con ellos, a pesar de las diferencias idiomáticas y culturales. pero nunca tuvimos ningún problema», recuerda.

Fueron cuatro meses en los que, como es frecuente decir entre los militares, todos los días eran lunes. «Y había que salir, relacionarnos con otros ejércitos, con las autoridades. Siempre tomando las medidas de seguridad, pero había que salir», dice. 

"Nos movimos por Kabul y esto facilitó los contactos"

Cuando uno se desplaza a un país devastado por la guerra, en una misión de reconstrucción, donde hay recelos y un idioma ininteligible, el papel de los intérpretes es fundamental. Son la muleta en la que apoyarse fuera del acuartelamiento. A este contingente les asignaron 4 o 5 que previamente habían sido seleccionados por los servicios de inteligencia españoles, por ello sobre el terreno tanto ellos como sus familias no siempre son vistos con buenos ojos, aunque para los ejércitos son imprescindibles.

 «Cuando abrimos (acuartelamiento) en Qala i Naw se ampliaron a seis o siete, entre ellos una mujer», recuerda el general Jaime Coll, quien asegura que también encontraron personas que hablaban español. «En uno de los actos a los que asistimos, un hombre se dirigió a nosotros en un español caribeño. Era el rector de la universidad, que en tiempos de la dominación comunista había estudiado en Cuba. Nos invitó a visitar la universidad y acabamos colaborando con el envío de libros y manuales», explica.

Después vinieron reconstrucciones de escuelas femeninas, el principal objetivo de los talibanes, llevadas a cabo por los ingenieros españoles, reconstrucción de caminos, conducciones de agua, desminado de terrenos. 

En esta misión han perdido la vida 97 militares, tres guardias civiles y dos intérpretes

«El contingente español se movió por Kabul, conoció a sus gentes, se integró todo lo que pudo y esto facilitó los contactos con las autoridades civiles y la población». Y esas relaciones diplomáticas permitieron no solo la organización de partidos de fútbol, una de las pocas actividades deportivas que llevaban a cabo, ante el temor de los mandos de otros ejércitos. «Organizamos un cuadrangular con jóvenes afganos a los que dotamos de equipaciones que habían donado equipos de fútbol de España, después de asistir a un partido en un estadio que meses antes era lugar de ejecuciones. Por un momento temimos algún problema, que no llegó a más», recuerda. Recuerdo al general McColl que me dijo ‘tú sabrás lo que haces’» rememora entre risas. También fueron invitados a presenciar el Buskashi, un deporte tradicional afgano con gran afluencia de espectadores. 

Jóvenes afganos visten camisetas donadas por el Real Zaragoza SERVICIO ESPECIAL

En el capítulo de incidentes, el general solo destaca dos. La noche en que fueron víctima del lanzamiento de cuatro granadas que no llegaron a explosionar, un brote de gastroenteritis que afectó a un numeroso grupo de militares, incluido él, y otro incidente cuando prestaban apoyo al ejército estadounidense. «Lo más importante era que de todas estas cosas estuvieran informados los mandos en Madrid. Lo hacía yo personalmente y eso me daba tranquilidad a mi y a ellos», indica. 

Los viajes del jefe del primer contingente español en Afganistán, tras los primeros cuatro meses, se volvió a repetir hasta 2008 en varias ocasiones. Y en ese tiempo fue observando el cambio que experimentaba el país. 

Una patrulla española recorre las calles de Kabul entre edificios derruidos por la guerra VICENTE LÓPEZ BREA

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La apertura de un corredor seguro en el aeropuerto de Kabul permitió la llegada de suministros y esto a su vez la apertura de comercios y la vuelta de la gente a la calle y a una cierta normalidad. Una realidad que vivieron también el resto de rotaciones que fueron manteniendo abierta la misión hasta el pasado mes de mayo.

A lo largo de estos casi 20 años, España ha destinado 500 millones de euros en cooperación y ha invertido casi 4.000 millones de euros. Han participado más de 27.000 militares, se han realizado más de 28.000 patrullas y 1.400 misiones de desactivación de explosivos y se ha adiestrado a más de 13.000 militares afganos. Pero también perdieron la vida 97 militares, tres guardias civiles y dos intérpretes nacionalizados en los accidentes del Yak 42, del helicóptero Cougar y en accidentes de tráfico y ataques de la insurgencia.