Era un domingo por la mañana normal, pero cuando abrí la puerta oía un pequeño ruido pero no veía nada. Entonces miré hacia abajo y... ¡Había una especie de trolls diminutos de colores que cantaban y bailaban!

Di un portazo y me eché a reír. Después volví a abrir la puerta, me agaché y los cogí del suelo uno a uno, parecían una familia muy especial. El más pequeño no podía subir a mi mano, entonces le ayudé y subió.

Me fui a mi cuarto sin decir nada a nadie, pero al cerrar la puerta entró mi gato y yo no me di cuenta. Al rato escuché un ruido muy fuerte me giré y mi gato tenía en la boca al bicho raro. Le cogí en cuanto pude y saqué a mi gato de la habitación. Me quedé con la familia troll y lo guardé en secreto, solo lo sabíamos mi gato y yo.

Cada vez que venía del instituto me habían hecho una trastada o algo por el estilo, siempre me sacaban una sonrisa.