Habla muchas veces Juanma Lillo, entrenador del Real Zaragoza a principios de siglo, del escaso valor que tienen los números en el fútbol. Lo resume habitualmente en una frase que ha tomado cuerpo con los años: "Las estadísticas son como los tangas, enseñan todo menos lo fundamental". Lo dice, obviamente, para explicar que la importancia de un jugador en el juego de un equipo o la fantasía coral que este sea capaz de desplegar, a menudo poco tienen que ver con los números. Se puede aplicar a este Zaragoza, que fue de Muñoz y ahora de Popovic, que aparece en casi todas las estadísticas principales en el primer lugar. Cualquiera podría pensar que con esos números es el líder indiscutible... Cualquiera que no lo haya visto jugar.

A saber: es el que más goles marca, el que más asistencias da, el que más balones recupera y el tercero que más remata a puerta. Tiene, además, al segundo máximo goleador de la Liga (Borja Bastón con 10 goles), a cuatro de los primeros cinco futbolistas que más balones recuperan (Cabrera, Dorca, Whalley y Mario) y al que más regates hace (Javi Álamo). Sin embargo, está lejos de ser el mejor. Muy lejos. A ocho puntos nada menos.

Detrás se esconde la verdad. El Zaragoza está situado como el mejor en numerosos apartados, pero no es capaz de controlar los partidos y es esa falta de gobierno la que le impide manejar con tranquilidad el fútbol y disfrutar de su tremendo potencial ofensivo. Es lo que intenta el nuevo entrenador, lo que logró durante un rato ante la Ponferradina. Lo hizo, también es verdad, con una presión alta y una buena recuperación de balón, y eso le permitió empezar a construir en terreno rival. Cuando tiene que elaborar desde atrás es cuando le aparecen las pegas. Sin ir más lejos, el lunes en Albacete, donde tuvo que abusar otra vez del pelotazo. No quería su entrenador, eso decía. Pero no lo pudo evitar, ni siquiera en los goles, que nacieron en dos contras.

Si lograra dominar esa faceta del juego, si consiguiera sacar el balón controlado desde el primer pase, directamente dejaría de aparecer, por ejemplo, como el peor equipo en cuanto a número de pérdidas, donde deja una escalofriante cifra de 1.402 balones perdidos en la Liga (87 por partido). Las Palmas, por ejemplo, el líder de la competición, ha perdido más de 1.100 pelotas menos (279), solo algo más de 18 por encuentro. Es un dato terrible, que demuestra las carencias zaragocistas en el control del juego. Sin gobierno, está visto, no hallará la verdad.

En ese extremo se ve por qué el Zaragoza, pese a dominar las estadísticas positivas de la Liga, ni siquiera está en la zona que da derecho a jugar la fase de ascenso. También es el que más disparos recibe en contra (169), lo que supone que le fabrican más de diez ocasiones por partido a Whalley. En el otro vértice aparece otra vez el líder de la Liga, al que solo le chutan dos veces de media.

A Popovic y sus futbolistas les quedan dos salidas: buscar una fórmula que le permita ganar peso en el control desde atrás o mejorar de el sistema defensivo para impedir que le lleguen con tanta facilidad. Al cabo, lo que no enseñan las estadísticas, como el tanga de Lillo, es el fútbol del Zaragoza. La falta de fútbol, mejor dicho. Superado el primer tercio de la competición, solo un par de días ha ganado con comodidad. Y en el último sufrió mucho en el tramo final.