--¿Jugó hasta los 42 años?

--No tanto. Creo que hasta los 41 (risas). La última temporada la hice en el Remolinos, donde acabé de entrenador-jugador. Justo un año antes aún logré subir al Figueruelas a Tercera.

--¿No tenía ganas de que se acabara el fútbol?

--No se crea, no lo echo de menos. Llevo una vida muy buena ahora, muy organizada, con los caballos, la familia, el pueblo... Hay muchos días que no me entero ni cómo han quedado el Madrid y el Barça. Al Zaragoza sí lo sigo, aunque te dan más disgustos que otra cosa. Estamos con la suerte del campeón, eso sí.

--¿Ascenderá?

--Sí. Ya verá cómo suena la flauta este año. El Leganés, el Alavés, el Oviedo... ¡Pero si no ganan casi!

--¿Cuánta gente le conoce como Francisco Javier García Ruiz?

--Nadie. Bueno, poca gente.

--¿De dónde viene lo de Salillas?

--Mis abuelos eran de Salillas de Jalón, y entonces, por eso de los motes, a mí me decían 'el de Salillas'. Y luego ya se quedó en Salillas. Valeriano (Jarné), que en paz descanse, me llamaba el Potro de Alagón.

--¿Dónde empezó a jugar?

--En el pueblo hasta los 14 años. Entonces me vino a buscar el Calasanz, que era un equipo de los fuertes de Zaragoza. Nos fuimos cuatro de Alagón allí.

--¿Ya soñaba con el gol?

--A mí me tocó una varita mágica, es necesaria. Mejores que yo había miles, pero no llegaban. Siguen sin llegar. Hacen falta también otras cosas: tener buena cabeza, ser trabajador, disciplinado... Hay mucha gente que se pierde en el camino.

--¿Cómo fue su recorrido hasta llegar al Zaragoza en Primera?

--Fue para escribir un libro. Después del Calasanz me fui a la mili de voluntario y me fichó Gil Sevilla para ir de favor al Illueca, en Preferente. 15.000 pesetas me pagaba al mes. Marqué 32 o 33 goles y me llamó el Binéfar, que estaba en Segunda B, una categoría que entonces era mucho más potente que la actual porque solo había dos grupos. Había unos futbolistas de gran nivel. Hice la pretemporada, pasaron tres meses y no me hicieron ni ficha. Así que me fui al Teruel, a Tercera, a mitad de temporada. Marqué no sé cuántos goles y renové por un año. Estaba allí con Barrachina, India, Lolo Jiménez... Buenos jugadores.

--¿Ahí lanzó su carrera?

--Yo me había comprado una furgoneta para hacer reparto y esas cosas, pero llenaba las nueve plazas para bajar a entrenar. Me pagaban por jugar y por llevarlos a entrenar. Entre los dos sueldos igual juntaba 400.000 pesetas de las de entonces. Jugué otra temporada entera y me llamó Manolo Villanova para que fuera al Aragón. Me ofrecía 75.000 pesetas cuando yo en Teruel ya ganaba 200.000. Yo le decía a mi padre: "¿Pero cómo voy a firmar por el Aragón si me da menos de la mitad?". "Si quieres llegar a ser jugador de fútbol, tienes que ir a jugar allí", me dijo.

--Y fue.

--Claro. Estaban Villarroya, Virgilio, Vizcaíno, Florido, Echevarría... Era un equipazo, nos entrenaba Sigi. Hicimos una temporada espectacular y yo marqué un montón de goles.

--¿Solo estuvo un año en el filial?

--Sí. Me vio Radomir Antic y me subió al primer equipo. A él le debo mucho. Cuando se fue del Zaragoza, Víctor Fernández, que no quería tener muchos jugadores de la cantera en el equipo, me dijo que no contaba conmigo, que si tenía equipo me podía ir. Tenía varios para elegir, pero al final me fui al Celta. Al primer año ascendimos. Las dos siguientes estuve en Primera. Fue cuando jugamos la final de Copa contra el Zaragoza. Luego me fui al Lleida, al Villarreal, al Levante, al Castellón... En todos los equipos en los que estuve ascendí o jugué la promoción de ascenso. Tuve mucha suerte.

--¿Qué recuerda de sus años en el Zaragoza?

--El primero fue muy bueno. Fuimos a la UEFA. Tuve una lesión de menisco, pero en un mes ya estaba jugando.

--¿Un mes?

--Sí, sí. A mí me operó Pelegrín y me decían: "No jugarás ni al futbolín". Se lesionaron también Higuera, Sirakov y Pardeza, que se fueron a Madrid con Pedro Guillén, un doctor de más prestigio. Resulta que les costó mucho más tiempo recuperarse. A mí me vino muy bien porque jugué todo el año. Si hubieran estado ellos, pues no habría jugado, así de claro. Jugábamos el Torito Crespín y yo arriba y nos clasificamos para la UEFA.

--Los eliminó el Hamburgo, ya en octubre del 89 en el Volksparkstadion. ¿Se acuerda?

--Cómo no me voy a acordar. Ese día acabamos con ocho jugadores. Expulsaron a Higuera y Pablo, y a Fraile le abrieron la cabeza. Y aun así estuvimos a punto de eliminarles en la prórroga, con ocasiones clarísimas. Cuando volvimos a Zaragoza, nos estaban esperando un montón de aficionados en el aeropuerto. La gente nos reconocía el orgullo y la casta que le habíamos echado, peleando contra el Hamburgo y contra el árbitro con solo ocho jugadores. No me olvidaré nunca.

--¿Cómo ve el club?

--No voy a hablar mal del Zaragoza ahora porque ha pasado mucho. Es muy triste verlo ahí. Para mí es un equipo de Primera. Y no cualquiera, de los buenos de Primera. Tener que verlo jugar contra la Ponferradina y estos equipos que han sido siempre de Tercera...

--Salillas fue futbolista competitivo y de carácter. ¿Se acuerda de su primera expulsión?

--Sí, contra el Barcelona, por dos entradas en cinco minutos. Fue por Julio Alberto, que me pisó. Otra vez me tenían que haber expulsado contra Tomás, el del Atlético, que era más malo que Caín. En una carrera me tiró el codo y yo le pegué un puñetazo. No me expulsaron, pero luego salió la jugada en Estudio Estadio, que era lo único que se podía ver entonces, y Competición me metió tres partidos de sanción. Luego me quitaron uno y aún pude jugar contra el Cádiz de Mágico González.

--¿Mágico? Aquel era otro fútbol.

--Una vez casi le marca gol a Andoni de un saque de puerta. La controló y la pegó directamente desde lejos. Fue al larguero. El fútbol de ahora tiene otras cosas, pero yo debuté en el 88 contra Arconada, Larrañaga, Górriz, Gajate... ¡Esa sí que era buena compañía en Atocha, eh! (se refiere a su dureza). Luego también me marcó gente como Arteche; o los del Sevilla: Diego, Martagón, Nando, Jiménez... Todos muy majos (risas).

--También había grandes futbolistas. Compartió delantera con gente como Pardeza, Higuera, Sirakov...

--Sirakov jugó muy poco. Luego trajeron a otro búlgaro, Iskrenov, que no hacía más que echar a las máquinas. ¡Estos tenían un peligro! Y luego también estuve con Crespín o con Poyet, que al principio no daba nadie un duro por él. Con Mateut también, el rumano que debutó en Tenerife. Ese día ganamos 0-2 y le tocaba dormir conmigo en la habitación. Se bajó a la discoteca y se bebió dos botellas de campari. ¡De campari! Imagínese. Iba borracho perdido el tío (risas). Qué fenomeno. Era buen jugador. Jugaba siempre con los calcetines blancos por fuera.

--¿Quién era su compañero de habitación normalmente?

--Estuve tres años con Cedrún. ¡Le hacíamos cada trastada! Una vez volcó yendo a la Ciudad Deportiva con el GSI (Opel Kadett) que llevaba. Tuvimos que ir todos los compañeros a darle la vuelta al coche para sacarlo. Con 1,98 no podía salir del coche. Si hubiéramos tenido móviles en aquellos tiempos, habría sido lo más visto en internet (risas).

--En la 90-91, que acabó en la promoción, fue curiosamente la que menos participó. ¿Por qué?

--Con Maneiro aún jugué, pero si estaban todos era difícil. Con el Villarreal, por ejemplo, ascendí a Primera jugando todos los partidos de Liga. Tiraba las faltas, los penaltis, los córners... Al año siguiente llegaron Craioveanu y otros y fui desapareciendo. En fin, como en todos lados.

--La final del 94 en el Calderón le cogió en el Celta. ¿Qué recuerda?

--Yo no jugué ese día, aunque había marcado en Tenerife el gol que nos metió en la final. Estaban en los banquillos Chechu Rojo y Víctor Fernández, que luego se intercambiaron. Jugaba Gudelj solo arriba.

--¿Cómo la vivió?

--Sentimientos no había ninguno. Yo quería que ganara el Celta. Tú estás defendiendo unos colores y lo que quieres es ganar. Cuando te pones a jugar no te acuerdas de quién es el rival.

--Vivió también el nacimiento del Villarreal que hoy conocemos.

--La primera peña que se hizo en Villarreal fue la de Paco Salillas. Allí fui la leche. Y me fui porque quise. Me marché al Levante, a Segunda B directamente. Debuté en Gandía, un 0-0 en un patatal, mientras el Villarreal ganaba en el Camp Nou 1-3. Pero me tenía que ir. Aunque iba siempre convocado, yo no servía para estar en el banquillo.

--En el Levante marcó 52 goles en tres temporadas. ¿Fue allí donde mejor se encontró?

--Pasé mis mejores años. Es el equipo que más siento de toda mi carrera, con diferencia. Nadie ha marcado los goles que hice yo en el Ciudad de Valencia, 38. Allí me quieren mucho. Me tratan como en ningún sitio. Me mandan todos los años la equipación, el chándal del equipo, bermudas, chubasquero... Ya le digo que ni Villarreal ni Celta, ni siquiera Zaragoza. Esta es mi tierra, mi hija es muy zaragocista y quiero que gane siempre el Zaragoza, pero como me atendieron en el Levante no lo han hecho en ningún lado. En el Zaragoza hasta nos han quitado a los veteranos los pases para entrar a La Romareda. En el Levante, por ejemplo, tengo un pase de por vida. Esa es la diferencia.

--¿Cuántos goles ha marcado?

--Muchos, ni idea. Tengo grabados casi todos en vídeo, con el Zaragoza también. Los de categorías regionales no, claro.

--¿Puede elegir uno?

--Marqué uno muy importante en el campo del Tenerife, que nos dio la final de la Copa con el Celta. Me acuerdo mucho de uno que le marqué al Villarreal. La temporada que me fui, ellos bajaron a Segunda. Fue el año de Palermo, que yo subí con el Levante. Al siguiente nos encontramos en Segunda y marqué un gol de falta en El Madrigal. En fin, una anécdota.

--¿Se dedica al pádel ahora?

--No. Me dedico a mi familia y a vivir. Tengo unas pistas de pádel cojonudas y una empresa de cubitos de hielo, y vivo muy bien. No madrugo, como pronto, me echo una cabezada por la tarde... Llevo una vida buenísima, la que he querido vivir siempre.