Coincidiendo con el inicio de la temporada hubo una serie de partidos en los que convertía en oro todo lo que tocaba. No había ave que volara por el área que no acabara en su cazuela. Con un ritmo goleador vertiginoso pronto igualó su mejor registro en Segunda División, logrado con el Deportivo en la última campaña: diez tantos. Borja Bastón superó ayer sus propios límites con el penalti que transformó al estupendo Becerra, guardameta serio como todo su equipo. Fue su undécimo gol, una cifra que nunca había alcanzado antes en la categoría. El día de la buena nueva para el nueve del Real Zaragoza no fue, sin embargo, un buen día.

De un mes para aquí Borja ha perdido el duende que lo acompañó en las primeras jornadas. Se le ha torcido el pie. Contra el Girona erró ocasiones más difíciles de fallar que de acertar. Una, dos, tres y hasta cuatro, la última incluso con una patada al aire tras un brillante centro con rosca de Rico. La victoria mandará al olvido todos esos desaciertos, aunque nunca dejarán de ser demasiada concesión para un depredador cuyo equipo necesita que sus dentelladas sean más certeras.

A pesar de su mala tarde, suavizada por un instinto vivaz para estar siempre en el lugar donde se cocinaba el peligro y por el mismo gol del penalti, que hay que meterlo dentro, Bastón continúa siendo el mástil de proa del enorme arsenal ofensivo de este Real Zaragoza, el arma principal por la que se alimentaba con Víctor Muñoz y por la que continúa nutriéndose con Ranko Popovic, con quien ha cambiado para bien la dirección de los resultados aunque los problemas que había siguen estando. En un equipo que se tambalea en la retaguardia y que vive y sobrevive por su feroz pegada, Borja no puede permitirse la condescendencia de ayer.