El diálogo (organizado por la Fundación Ernest Lluch y el CaixaForum) que mantuvieron en Zaragoza el filósofo Daniel Innerarity y el politólogo y dirigente de Podemos Íñigo Errejón sirvió para comprobar la agudeza del primero y la solidez del discurso del segundo (sin duda el más interesante de los jóvenes políticos españoles). Pero también puso de manifiesto, una vez más, que la crisis social y política en nuestro país (y en el resto de Occidente) aunque está diagnosticada al detalle, carece de tratamiento. Nadie sabe cómo corregir el rumbo hacia la distopía y la «democracia sin pueblo». Por eso Mariano Rajoy va a ser presidente efectivo del Gobierno, mientras el PSOE se rompe y Pablo Iglesias pretende empoderarse por el infantil procedimiento de dar la nota.

Arreglar el desaguisado colectivo parece misión imposible. Ahí está ZeC, peleando, sufriendo y preparándose a perder la penúltima jugada: ese outlet de Pikolín-Soláns, cuya aprobación se asemeja a una partida de póker en la cual el animoso e ingenuo granjero se mide con una banda de consumados tahúres. Nadie duda de cuál será el desenlace.

A la espera de cuajar la alternativa mágica, la respuesta global y transversal a la ofensiva de las élites económicas (que esas sí están empoderadas de verdad), las izquierdas, los soberanistas de toda laya, las confluencias y el variopinto quincemayismo se desahogan como pueden. Y también pierden, por supuesto.

Por eso no seré yo quien a estas alturas defienda al dúo González-Cebrián, porque ambos caballeros cuentan con infinidad de partidarios (habituales o sobrevenidos) y con los medios necesarios para proclamar su inalienable derecho (que lo tienen) a explicarse en sede universitaria... o donde les inviten. Me limitaré a decir que quienes salieron derrotados de aquel encuentro en la Autónoma madrileña no fueron ambos gerifaltes, sino los 200 mentecatos que les montaron el pollo. A la postre, estos sólo evidenciaron su triste impotencia. Porque aquí, amigos, no se trata de gritar... Sino de saber qué hacer. H