Los presupuestos participativos pueden convertirse en el antídoto ideal para un Gobierno en minoría como es el de Zaragoza en Común (ZeC). El carácter vinculante de este proceso, el hecho de que las propuestas más votadas sean las que se vayan a ejecutar, le puede permitir sortear la absoluta soledad en la que se encuentra después del golpe de mano a las sociedades que derivó en la expulsión de la oposición de la toma de decisiones y la reprobación del alcalde. No están para negociar nada con la oposición.

Solo cabe esperar que la decisión final sobre a qué dedicar el dinero de los zaragozanos se adopte con más del 1% de la población. Este es el bagaje con el que se cerró el año pasado, lo que generó numerosas críticas, por poner en manos de un número muy limitado de personas el destino de 5 millones de euros. Ahora lo que se decide no es solo algo referido a los distritos, sino también a los llamados proyectos de ciudad, entre los que el consenso debería ser la nota predominante. O al menos una mayoría amplia.

El principal escollo de los presupuestos participativos, a tenor de los resultados obtenidos el año pasado, será cómo influirá la movilización de los zaragozanos a la hora de posicionarse por una u otra propuesta. En este sentido, más que el número total de votantes influye cómo estos se organizan, ya que la mayoría de actuaciones aprobadas en el 2017 se centraron en colegios públicos para los que las asociaciones de padres demostraron una importante coordinación para que salieran aprobadas.