No crean que les vacilo anunciándoles que este 23 de Abril, Día de Aragón y de San Jorge, lo más original que podremos echarnos al coleto será ese libro Insultar en Aragón, que acompañará a la edición de EL PERIÓDICO (a 7,50 € más el ejemplar) y que ofrece "una recopilación de palabras, frases y expresiones que se utilizan despectivamente, con la gracia y la socarronería aragonesas, y forman parte del diccionario popular menos convencional". Muy oportuno y muy ocurrente, oye. En cosas como esta se percibe la aplastante lógica que tiene el surrealismo en la Tierra Noble, como la tiene el realismo mágico en los espacios tropicales donde escribió el maestro García Márquez.

Proveerse de palabras y expresiones despectivas será lo mejor ante el aluvión de lugares comunes, conceptos prefabricados y resobadas propuestas que nos caerán encima en el florido Día de Aragón. Una vez más, los discursos oficiales y los análisis oficiosos volverán al repertorio de siempre y esquivarán los problemas de fondo. Por supuesto, la mayoría de la población tierranoblense consumirá el consabido producto sin reparar en su sabor a rancio. Es fácil recitar la archisabida letanía. Reclamar, por ejemplo, no se sabe qué míticas obras para usar en Aragón el agua que nos recorre, sin reparar que nuestros ríos ya están muy regulados y que el sector primario no necesita aumentar más el regadío mediante costosísimas obras sino transformar y comercializar productos agropecuarios con buen valor añadido. O empeñarse en convertir los medios en fines, como suele ocurrir con las infraestructuras, que no garantizan por sí mismas ninguna clase de desarrollo si no están puestas al servicio de la iniciativa, la creatividad y la sostenibilidad económicas.

El Aragón de hoy no puede definirse por esa serie de clichés políticos, económicos, históricos y culturales que han ido amalgamándose en los últimos ciento cincuenta años, mezclando folclore provinciano, tradiciones más o menos antiguas, caos programáticos, incapacidad estratégica y, en definitiva, ausencia de un modelo valido para estos tiempos. Se han desperdiciado energías inmensas persiguiendo objetivos inalcanzables o construyendo a precio de oro falsas realidades en forma de edificios, equipamientos, aeropuertos, eventos mal concebidos, inventos descabellados y otras majaderías. Hemos avanzado mucho, pero no hemos rematado casi nada. Por eso la crisis nos ha dejado varados en la playa de nuestros sueños y las transformaciones que sacuden el mundo nos dejan atónitos. Por eso, el miércoles, lo mejor que podemos hacer es coger el libro que cito al principio... y desahogarnos. Incluso podemos insultarnos a nosotros mismos. Con gracia y socarronería, eso sí.