Los chavales de 1º de la ESO del instituto Ítaca de Santa Isabel disfrutaban esta semana junto al Gállego de una mañana gélida con sol. Les había tocado a ellos la excursión que este centro suele hacer con regularidad con aulas de Secundaria. Acuden allí mismo a pie, para salir del centro buscando una actividad que se ha convertido en tradición, señalan los monitores de la expedición.

Están a 700 metros de la desembocadura. Así reza un cartel de madera pegado al camino por donde un grupo de senderistas transitan bastones en mano como si fuera una de esas grandes rutas del Pirineo. Al fondo, las viviendas de la gran capital, la quinta de España, y unos metros más adelante un rebaño de casi un centenar de ovejas paciendo en la trasera de una empresa de maquinaria. Mientras el pastor, con el arrullo de las aguas del río, mira al horizonte, que no es otro que el puente del ferrocarril buscando salvar la avenida Cataluña.

Esta es una mañana normal, de día laborable, en las proximidades de un río que durante décadas estuvo al otro lado de la escombrera. La escombrera de Zaragoza. Así la recuerdan algunos. Toneladas de grava se extrajeron del río años atrás y toneladas de escombros separaban a las viviendas del entorno de Ríos de Aragón del cauce en los años 80 del siglo pasado. Acceder a él era una odisea.

Hoy apenas quedan restos de lo que fue, unos cuantos bloques de hormigón y montoncitos de grava pegados a la colina que dibuja el parque construido junto a la avenida Cataluña. Una zona verde que se prolonga hasta el puente de Santa Isabel y que tiene hasta un mirador al río. Ese que antes tapaban los restos de las obras que se hacían en media ciudad. Y que ahora casi oculta la vegetación que crece sin control.

Los más veteranos del lugar todavía lo recuerdan. «Fui de los primeros en llegar a las viviendas de la avenida Cataluña, en el año 1977 y esto no se parece en nada», comenta un vecino de la zona antes de cruzar la pasarela de madera que se hizo para la Expo junto a su barrio. Bajo ella, otro grupo de senderistas con bastones avanzan a buen ritmo en dirección a la desembocadura, esta vez en la margen izquierda, la más utilizada «por runners de esos y domingueros», bromea el vecino, quien reconoce que atravesar el cauce así es una de las delicias cotidianas que le concedió el plan de riberas. La cruza «todos los días».

Largo recorrido

La imagen de hoy contrasta con el pasado, como de la noche al día, reconocen todos. Hoy se quejan de la suciedad que traen algunos de los que transitan por sus senderos, de quienes la traen a la zona verde más próxima a sus casas y de aquellos que no la limpian lo suficiente. Toque de atención al ayuntamiento, que hoy mira con orgullo al Gállego después «de 30 años recuperándolo». «La Expo no fue la que transformó las riberas del río, hizo que fueran más utilizadas. Pero en sus orillas ya se venía trabajando desde los años 80», destacan Luis Manso y José Bellosta, funcionarios municipales del área de Medio Ambiente que han conocido todo ese «largo recorrido» de rescate de esta zona olvidada durante demasiado tiempo en la capital aragonesa.

De hecho, destacan que para el 2008 «se hicieron plantaciones donde ya había». Así, desde que el antiguo ICONA hiciera el deslinde -año 1985- y la DGA cediera su conservación a Zaragoza por 50 años -en 1990-, se han plantado «más de 36.000 árboles y 26.500 arbustos». Primero de especies que en los primeros años eran alóctonas, porque no había autóctonas en viveros, recuerdan. Y en unos inicios en los que la CHE no dejaban plantar a menos de 30 metros del río y que la acumulación de escombros había conseguido sobreelevar el terreno. «El freático está muy lejos», aseguran, por ese vertido incontrolado. Es el peaje de un largo proceso, el de decirle adiós a una escombrera pegada al Gállego.