E lías Yanes, arzobispo emérito de Zaragoza, reposará en la capital aragonesa en la que descansan su madre y su tía. No es la tierra que le vio nacer (esta fue la localidad Villa de Mazo, en La Palma, en 1928), pero sí la que le dio cobijo desde que, en 1977, fuera elegido arzobispo de Zaragoza. Y en la que se quedó después de ser relevado en el 2005, hasta su muerte, anteayer.

Su arraigo en la capital aragonesa lo fue demostrando con la incorporación del «ico» final a su suave acento canario, y quedó confirmada en el 2005, cuando, coincidiendo con el cese de su cargo, fue nombrado hijo adoptivo de Zaragoza. Un nombramiento no exento de polémica en la época, por cierto, ya que el socio de Gobierno del PSOE de Juan Alberto Belloch, CHA, no veía con buenos ojos la distinción, lo que el alcalde consideró «sectarismo ideológico».

Para algunos, como el historiador y exconcejal del PP Domingo Buesa, Elías Yanes «puso a Zaragoza en el mapa en varios sentidos», ya que fue pieza clave para que el Papa Juan Pablo II eligiese dos veces la capital aragonesa para sus visitas a España, en 1982 y 1984.

Pero en Zaragoza, a Elías Yanes debería recordársele por mucho más, según el historiador, que trabajó codo con codo con el arzobispo en muchos proyectos culturales. «Fundamentalmente era un intelectual, muy importante y muy reconocido», explicaba Buesa.

En su haber está el impulso a la restauración y reapertura, tras 28 años, de la Seo, además de la puesta en marcha del Museo Diocesano, con las obras de restauración del palacio arzobispal en 1992, que planificó, tras haber instaurado en 1986 la Comisión de Patrimonio del arzobispado, contando con expertos.

Igualmente destaca la elaboración del compendio El Espejo de Nuestra Historia, un libro recopilatorio del devenir del arzobispado, o la puesta en marcha de la revista de historia e investigación Aragonia Sacra.

Otros recordarán, sin embargo, que según se supo mucho más recientemente, el mandato de Yanes fue prolífico en cuanto a inmatriculaciones, la inscripción en el registro civil de los templos a nombre de la Iglesia, uno de ellos precisamente la Seo. Casualmente, Yanes falleció justo el día en que trascendía que el Estado había dado la razón en cuanto a la propiedad de las iglesias al Arzobispado en tres de los casos cuestionados.

La cuestión de las inmatriculaciones no era nueva para el arzobispo, que ya en 1992 había ganado un pleito contra los vecinos de Belchite, contrarios a que la Iglesia se hubiese apropiado de la ermita de la Virgen del Pueyo. El otro asunto espinoso que afrontó durante sus años como cabeza de la Iglesia en Zaragoza fue el del retablo de Villadoz, en el que llegó a ser citado como imputado por no devolver la pieza a Daroca, tras haber sido trasladada para su restauración. La obra fue devuelta y la causa, archivada.

En cualquier caso, Buesa destaca a Yanes como «un intelectual, de sólida formación, que nadie dirá que puso obstáculos al desarrollo de ninguna iniciativa cultural», y otros de sus colaboradores destacaban igualmente su aliento y respaldo.

Esta sólida formación -que, entre otras incluía la licenciatura en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca en 1953 y la de Derecho Canónico en 1957, por la Universidad Gregoriana de Roma-, amén de otras virtudes, le llevó a desempeñar un importante papel en la Conferencia Episcopal Española, en la que fue, entre otros cargos, presidente entre 1993 y 1999.

Pero mucho antes, como responsable de política educativa, había sido protagonista y se había ganado la fama de dialogante al negociar los acuerdos educativos con el Gobierno socialista de Felipe González, particularmente con Alfonso Guerra. No tuvo ambages en posicionarse a favor de los conciertos educativos, en una época en la que la Concapa consideraba que estos serían el fin de la educación católica.

Por entonces se elogiaba el carácter progresista de Yanes, un posicionamiento que él rehusaba repetidamente en las entrevistas -no muy de su gusto, reseñaban los entrevistadores-, dando imagen de unidad. Durante el tardofranquismo y la Transición, trabajó mano a mano con el cardenal Tarancón, en abierta oposición (o lo más que se podía) al régimen dictatorial, y como firme defensor de la separación Iglesia-Estado.

También cuando fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal se realzaba su perfil progresista frente a otros candidatos, más del gusto vaticano.

Pero su adscripción a una corriente u otra ha ido variando, según él, por el observador, porque consideraba que siempre había sido el mismo. Ciertamente, algunas de sus declaraciones, como las que ilustran esta página, no suenan hoy muy progresistas; también influye la óptica de un papa jesuita como Francisco.

Tampoco parecían algunas muy propias de la separación Iglesia-Estado, como cuando en las postrimerías del Gobierno socialista animaba a votar por «cuestiones morales y éticas», en referencia sobre todo a la «despenalización» del aborto y la eutanasia, y aludía a la corrupción (por entonces, patrimonio socialista) hablando abiertamente de la necesidad de un cambio de Gobierno. Pero tampoco cabría adscribirle al PP, al que afeó la intervención en Irak.

A monseñor Elías Yanes se le recuerda por su capacidad de diálogo pero también por su manejo de los silencios, y si bien sus declaraciones generaron no pocas polémicas, rechazó sistemáticamente ahondar en ellas. O simplemente evitó entrar, como cuando respondió con un «no opino, Dios dirá» a una cuestión sobre la pastoral vasca del 2002 en favor de los presos etarras.

En su despedida, en el 2005, recordó entre los hitos de su mandato los congresos Mariano y Mariológico Internacionales de 1979 en Zaragoza, así como el Sínodo Diocesano de 1985, del que nació un proyecto pastoral que implantó. Para bien o para mal, lo que no se le puede negar a Yanes es ser una de las figuras más importantes de Zaragoza en las últimas décadas, tras 28 años de arzobispo.