Durante años, las peripecias de Agapito Iglesias han circulado por las secciones de Política, Tribunales y Deportes de los medios, componiendo un paisaje tridimensional y complejo. Pero en realidad, para quien siguiera de forma simultánea esta singular y (presuntamente) sucia aventura todo encajaba en un único y simple rompecabezas. La operación para entrar en el Real Zaragoza, convertirlo en un equipo de Champions y utilizarlo para completar un programa de poder (no sólo de gobierno) que lo abarcase todo o casi todo fue un proyecto único concebido en lo esencial por los estados mayores del Pignatelli, un plan con la etiqueta PSOE, un enorme error perpetrado por el llamado Marcelinato cuando los superávits y la inabarcable burbuja inmobiliaria hacían pensar que cualquier cosa era posible y que el dinero no se acabaría jamás.

Lo que ahora sacan a la luz los jueces que exploran los agujeros negros de Plaza es consecuencia de aquella atmósfera de éxito garantizado y jugadas a lo grande que hicieron pensar a personajes muy normalitos o claramente mediocres que eran unos genios. De un Gobierno (el de Marcelino Iglesias y José Ángel Biel) capaz de tragarse primero y masticar después durante años una mamarrachada tan evidente como la de Gran Scala podía esperarse todo. Y de todo tenemos ahora, cuando ya no hay pasta y aquella ficción del poder sin límites se ha esfumado. Plaza estalla como un castillo de fuegos artificales, Castanesa es un fiasco que amenaza la supervivencia de Aramón, Motorland se ha convertido en un pozo sin fondo donde caen los millones por decenas... Otros inventos decaen con menos ruido. Lo de Gran Scala apenas es un recuerdo relativamente gracioso, pues al menos allí apenas hubo pérdidas.

Plaza se construyó a precios que ya en un primer momento llamaron la atención. Creo recordar que en alguna ocasión advertí en un Independiente (a título meramente orientativo) que los costes de la Plataforma Logística de Zaragoza estaban duplicando los de otro macropolígono, el Parque Tecnológico del Reciclado, que se estaba urbanizando al mismo tiempo. Lo que ocurre (y créanme que lo digo con más decepción que resquemor) es que a quienes advertíamos entonces de tales desfases o criticábamos la lluvia de proyecto-ocurrencias sin fundamento se nos ignoraba... por cenizos y desfasados.

Al tal Agapito le prometieron que el Real Zaragoza sería Jauja, que no le faltarían ayudas directas e indirectas, que si tenía pérdidas en la apuesta futbolera podría recuperarse por otras vías. Han pasado los años, el equipo está arruinado y en 2ª, Plaza arrastra una deuda monumental y el constructor amigo se ha convertido en un lastre que tira del Marcelinato (¿y del PSOE?) hacia el abismo. A ver qué pasa.