En el inminente proceso de investidura que finalmente hará de nuevo presidente a Mariano Rajoy está por ver la postura que tome Ciudadanos, el partido bisagra, el partido misterio.

Su líder, Albert Rivera, nos viene demostrando dos cosas: que es capaz de pactar a derecha e izquierda, y que, de la misma manera que firma, se desconfirma.

Así hizo, o acaso le sucedería por azar, por esas cosas del destino, con el pobre Pedro Sánchez, a quien ha dejado caer sin un mimo, sin una palabra pública de aliento. Quizá le haya mandado un mensaje con el móvil, quén sabe, pero en su calvario, durante su proceso de acoso y destitución interna en el PSOE, Rivera no ha tenido gestos de apoyo para quien fuera su principal aliado, allá por los albores del primer intento de investidura, hace apenas seis meses que en esta España en funciones pesan como seis siglos. Rivera y Sánchez firmaron un acuerdo de gobierno PSOE--C’s que no solo no ha perdurado, sino del que ambos, en especial Rivera, abjuraron; o lo ignoraron a la primera de cambio.

Inmediatamente después, Ciudadanos dio un giro de 90º y se alió con el Partido Popular de Mariano Rajoy, planteándole una trágala de 150 medidas que han quedado en el aire en el momento en que C’s ha hecho shhh, chis, silencio en los procesos de corrupción que estos días se ventilan en los juzgados.

Al PP, me dicen sus gargantas profundas, no le va a extrañar nada de lo que haga Rivera porque lo tienen muy calado. Desde el partido del Gobierno se le ve como un arribista, un hombre de escasa formación con tentaciones populistas, de ahí que se llene la boca con la palabra España y que apele descaradamente al electorado del Partido Popular. Su política, analizan desde la derecha, no es otra que la de solaparse a Rajoy con vistas a ir sustituyéndolo en la retina de la opinión pública; y que el electorado español, en los próximos años, le vea como el candidato del cambio, desde un centro derecha respetuoso con el statu quo, los bancos, la Iglesia, la gente de orden y las grandes corporaciones. Una especie de refresco en el banquillo conservador, en definitiva, pero con un entrenador distinto.

Este es el juego, un poco de sombras chinescas. Tal vez Rivera se quite pronto la máscara, pero puede que solo sea para ponerse otra.