El líder de los populares catalanes, Xavier García Albiol, antiguo jugador de baloncesto, ha intentado ponerle un tapón a Carles Puigdemont, base de la selección catalana, pero éste, cual resbaladizo Buscató, se le ha escurrido al gigante del PP entre las patas del Parlament y Albiol se ha quedado con el brazo en alto, reclamando falta personal, pasos, botes, tres segundos en la botella y, en última instancia, como ha hecho constar en acta y rueda de prensa, la aplicación del artículo 155.

Hace unas semanas, curiosamente, Felipe González, sin afición deportiva conocida, y José María Aznar, jugador de pádel, coincidían, lo que ya es raro, conociéndoles, en que el art. 155 de la Constitución española facultaría al Gobierno de la nación para arbitrar el partido del próximo 1 de octubre en Barcelona pitando la expulsión de la autonomía catalana, por haber ésta roto las normas del juego, alineado a jugadores con falso dorsal y sustituido la canasta, para no pasar por el aro, con otra en forma de caja de zapatos.

Zapatero, que participaba en ese mismo debate de ex presidentes, y que es aficionado al baloncesto, no pivot, como Albiol, sino fino alero, no dijo sí ni no ni todo lo contrario, pero Mariano Rajoy, ciclista y andarín, y su socio Albert Rivera, jugador de waterpolo, descartaron hace días el recurso a parar el partido y mandar a Junts pel Si, ERC y CUP al vestuario del equipo visitante, no pitando nada, dejándoles, permitiéndoles hacer, jugar, convocar, aplaudir y eludir los tapones de García Albiol, que ya no da abasto la torre a taponar el área de tiro y tampoco encuentra palomero al que pasar el rebote para que le aplauda y vote más público.

El astuto pero anacrónico Puigdemont, con su pelucón setentero, sus viejas y marrulleras tácticas ideológicas y cierto arte para botar el balón alternativamente con la izquierda y la derecha intenta mantener la bola los treinta segundos reglamentarios para evitar el campo atrás, un mal paso que daría la iniciativa a la selección española, campeona de Europa.

Pero pasan los minutos, los cuartos, y el cuadro rojigualda se lo toma con calma, como si, en última instancia, una jugada de pizarra le garantizase un triple decisivo justo sobre el sonido de la bocina. Quién pueda ser el triplista, no se sabrá hasta que el míster, don Mariano, decida la jugada definitiva... Pero este partido lo vamos a perder todos.