Tanto o más que el paisaje, que las sólidas casas de piedra o que el típico traje, la lengua local, el ansotano, es la verdadera seña de identidad del valle más occidental del Pirineo aragonés. Quizá de todo Aragón. Sin embargo, apenas se habla ya, «solo la gente mayor sabe palabras sueltas», afirma Montserrat Castán, la alcaldesa.

La conclusión inmediata, apunta, es que el ansotano «corre peligro de desaparecer». Y ello pese al esfuerzo que hacen las instituciones para preservar la lengua vernácula, que se enseña a los niños en la escuela y se promueve de muy distintas formas, desde obras de teatro a cuentos infantiles, pasando por la elaboración de diccionarios que recopilan expresiones y modismos. «Se hacen muchas cosas, se investiga, pero el uso cotidiano va a menos», lamenta Castán.

En realidad, el idioma ansotano siempre tuvo una vida difícil. Los pastores practicaban la trashumancia, llevaban el ganado a la tierra baja y entraban en contacto con gentes que hablaban otras formas de aragonés o castellano, apunta la regidora.

Luego, hasta bien entrado el siglo XX, la misma prosperidad de Ansó gracias a la ganadería facilitó la marcha de muchos vecinos que estudiaron fuera y quizá perdieron la lengua de la patria chica.

El posterior retroceso de la explotación de la madera y de la ganadería, con la disminución del número de pastores y de reses, también ha sido un golpe para la supervivencia de la lengua.

Así lo cree Antonio Mendiara, que regenta una panadería. «Al haber muchos menos ganaderos, se han perdido palabras relacionadas con su oficio y han desaparecido topónimos que ya es imposible recuperar, pues los mapas suelen estar equivocados», dice.

SENDEROS BORRADOS

El ansotano, sostiene, se va borrando, como se borran los senderos que antaño seguía el ganado cuando subía al monte a pastar. «Al no haber apenas vacas ni ovejas, todo crece en demasía y la maleza se apodera de los pastos y los bosques se llenan de zarzas», subraya.

Mendiara es un amante del ansotano. Sabe que su existencia pende de un hilo. Por eso, cada vez que alguna clienta de su panadería, una señora mayor por lo general, dice una palabra desconocida, él para un instante, coge una libreta y la apunta. Es una forma de rescatar vocablos que, de otro modo, tarde o temprano, dejarían de usarse.

Sin embargo, no todo está perdido. En el vecino valle de Hecho, más poblado, el cheso se mantiene en buena forma. Se habla en la vida diaria y eso garantiza su futuro.