Cuando los obispos de Huesca y Barbastro-Monzón puntualizaron al Gobierno de Aragón que los bienes de las parroquias de la Franja son de la Iglesia y no van a ser cedidos de ninguna manera al poder civil, uno de los lugares comunes más traídos y llevados últimamente en la Tierra Noble se vino abajo. No es que sus ilustrísimas planteasen nada nuevo, sino que su tajante posición evidenció que el traslado a la vida política de un asunto generado, incubado y eclosionado en el seno de la jerarquía católica siempre fue una ilusión argumental. De la derecha, por supuesto. Pero cuando, de forma casi simultánea, el diputado de CHA-Izquierda Plural, Chesús Yuste, se quedó prácticamente solo al reclamar en el Congreso que los arcos de La Aljafería, llevados tiempo ha al Arqueológico Nacional, vuelvan al lugar de donde salieron, aún estuvo más claro que aquí el patrimonio artístico nos importa un huevo... salvo que permita agitar algún contencioso con Cataluña. Con Madrid no hay problema.

Ésta es una tierra donde se multiplican las solicitudes de licencia para usar la técnica del fracking y los mismos que empiezan a ponerle buena cara a tal negocio y descartan que sea peligroso o lesivo declinaron construir un hospital en Teruel por miedo a los terremotos. Aquí se ha desarrollado una política industrial (mediante avales, subvenciones y sociedades públicas) que se cae a pedazos porque se llevó a cabo sin criterios ni seriedad, persiguiendo a menudo quimeras imposibles o confiando en auténticos sinvergüenzas. Nos revienta Plaza por las costuras de la presunta corrupción (cuadro de Goya incluido), y ninguno de los políticos y los partidos o entidades que tuvieron parte en el asunto se creen obligados a dar explicación alguna. Lo cual plantea un interrogante crucial: ¿qué pasaría si pasásemos por el cedazo a las demás sociedades públicas y examinásemos sus cuentas y la naturaleza de su descomunal agujero financiero?, y en todo caso... ¿por qué no se lleva a cabo tal examen?

Los fondos de Teruel, enterrados en proyectos faraónicos. Las comunicaciones transpirenaicas, cuya milonga suena y suena desde tiempos inmemoriables. El poder de las infraestructuras que, como es lógico, son un medio y no un fin en sí mismas, como creemos... Todo el imaginario está saltando por los aires. Podemos aferrarnos a él como naúfragos a la tabla. Pero no sirve de nada. O creamos otro catálogo de objetivos y sueños, o estamos sin futuro.

Sobre todo si seguimos administrados por quienes no parecen tener otro objetivo que destruir nuestros servicios públicos, dejarnos en una posición más subordinada que nunca y seguir metiéndonos por ojos y oídos unos argumentos tan patéticos como inverosímiles.