En el mapa imaginario del territorio literario de la España vacía que perfila Sergio del Molino en su homónimo ensayo, entra de pleno derecho Aragón. Cuando me vine a vivir a Zaragoza uno de los primeros comentarios que escuché es que a esta ciudad la denominaban Zaragón porque acaparaba la mayoría de la población de esta Comunidad Autónoma. Viniendo de Madrid, no me sorprendió esta capacidad fagocitadora de ciertas urbes que más tarde también pude constatar en Argentina con respecto Buenos Aires, su megalópolis. Ya había escuchado la cantinela de Teruel existe pero la ceguera metropolitana te insensibiliza hacia determinadas realidades.

No sé si como consecuencia de la crisis o como respuesta a Aragón vacío la homogeneización y al ciberactivismo de la globalización como rebeldía frente a la velocidad y la productividad capitalista en la que estamos insertos, o porque viene una avalancha de «viejó- venes» (¡protejámonos!), como se reconoce Del Molino, el caso es que parece haber un movimiento centrípeto que nos lleva a observar lo que sucede en los pueblos. ¿Existen?, ¿insisten? ¿sobreviven?

Además del excelente ensayo de Sergio del Molino, últimamente dos libros de crónicas reflejan este interés por contar la España rural y despoblada; la moribunda, que se resiste a sucumbir, envejecida y abandonada. Se trata de Quién te cerrará los ojos (Libros del KO) de Virginia Mendoza y de Los últimos. Voces de La Laponia española (Pepitas de Calabaza) de Paco Cerdà. Dos muestras del mejor periodismo literario de nuestro país. Bastantes crónicas de estos volúmenes retratan la situación de los pueblos aragoneses; de su abandono y deterioro.

Rescatan las historias de sus supervivientes, que surgen como héroes. Mendoza, que mima el lenguaje y acaricia las palabras, nos presenta a Generosa y a su hijo Ángel Luis, que colecciona palabras y viene realizando el primer diccionario de belsetán; al matrimonio de Sinforosa y Martín, que hace ya más de treinta y cinco años que viven solos en el pueblo, salvo cuando hay fiestas, y llegan los de la ciudad para empequeñecer a Sinforosa, avergonzada de su sencillez pueblerina. Historias como la de Pepe, que tiene por vecino un oso en Ballabriga, como el personaje de Andrés y su jabalí en La lluvia amarilla de Julio Llamazares. Cerdà se ocupa de aquellos que resisten en la denominada Laponía española, una zona de similar densidad de población que la gélida región del norte de Europa. De los 1.355 municipios situados en esta área, la mitad de ellos tiene menos de cien habitantes.

En Teruel, Cerdà conversa con Francisco Burillo, catedrático de la Universidad de Zaragoza y responsable del proyecto que ha puesto en el mapa el territorio celtibérico, caracterizado por la despoblación y el abandono administrativo. Tanto por la implantación de políticas nefastas como por la omisión de acciones concretas. Una España olvidada que padece un «etnocidio silencioso» que califica de demotanasia: «Demos: población; tánatos: dios de la muerte pacífica».