La inmersión, por parte de los historiadores españoles, en el archivo secreto de Pío XI, a la captura de nuevas revelaciones sobre la relación del Vaticano con los dirigentes de la II República y de la sublevación militar, ha comenzado a dar sus frutos. No harán reescribir la historia, pero habrá que enmendarla. Uno de los investigadores de referencia de este periodo convulso de la historia, el monje del Monasterio de Montserrat (Barcelona) Hilari Raguer, acaba de descubrir que la Santa Sede y el Gobierno republicano todavía mantenían relaciones en agosto de 1937, un año después de que se desencadenará la guerra.

Esta circunstancia estuvo a punto de arruinar el primer encuentro entre el general Francisco Franco y el arzobispo Ildebrando Antoniutti, el primer representante personal que el Papa envió a la España nacional con la intención de que se convirtiera en el nuevo nuncio del Vaticano.

No es ese el único descubrimiento que ha hecho Raguer entre los primeros legajos que ha podido consultar. También ha sabido que la jerarquía católica intercedió ante Franco por uno de los dirigentes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Joaquín Maurín, que no solo no fue ajusticiado por las tropas franquistas sino que pudo salir al exilio en 1946. Y que los servicios de información militar de los sublevados daban por vivo al obispo de Barcelona, Manuel Irurita, en 1937, meses después de que, según la versión oficiosa de la Iglesia, fuera eliminado por los anarquistas.

LA REPÚBLICA: La Santa Sede mantuvo los contactos hasta 1937

A finales de julio de 1937, el enviado especial del Papa, Ildebrando Antoniutti, se plantó en Hendaya para ser llevado hasta Salamanca, donde se había establecido el Gobierno nacional, mientras el Ejecutivo republicano permanecía refugiado en Valencia. La policía franquista de fronteras, sin embargo, le denegó la entrada. Se había especulado hasta ahora que ello era atribuible a que los sublevados esperaban a que el representante del Papa estuviera investido de un cargo más relevante. Las gestiones del secretario del cardenal Isidro Gomá, el hombre fuerte de la Iglesia española en aquel momento, salvaron in extremis la situación y Antoniutti logró franquear la aduana. Hasta ahí lo sabido.

El informe que el enviado del Papa hizo llegar a la Secretaria de Estado del Vaticano, que ahora ha visto la luz, desvela que el motivo de que le cerrasen el paso en Hendaya fue que "el Vaticano mantenía relaciones con el Gobierno de Valencia", según explicó ayer Raguer a este diario. Así se lo comunicaron en la frontera a Antoniutti, añadiendo que se trataba de una indicación precisa que provenía del Gobierno de Franco. Y así lo dejó escrito.

LA MEDIACIÓN: La Iglesia intercedió por un dirigente del POUM

La correspondencia entre Antoniutti y sus superiores en el Vaticano airea las gestiones realizadas para conseguir la libertad de Joaquín Maurín, el diputado del Frente Popular y dirigente del POUM que fue detenido en Jaca. Maurín salvó la piel --"por mucho menos se fusilaba a la gente", apostilla Raguer--, fue sometido a un consejo de guerra en 1944 que le condenó a 30 años de reclusión y, en 1946, pudo marcharse a Nueva York, donde murió en 1973.

El concurso de un pariente, el sacerdote castrense Ramón Iglesias Navarri, que llegaría a ser obispo de la Seo de Urgel, que acudió personalmente a pedir clemencia a Franco, acabó siendo determinante. Además de invocar a la madre de Maurín, que rezaba el rosario a diario, Iglesias le hizo ver al general que era más conveniente mantenerle vivo, ya que se trataba de un enemigo del Partido Comunista de España.

EL OBISPO: Franco pensaba camjear a Irurita por otro preso

El obispo Manuel Irurita, cuya causa de beatificación fue promovida hace algún tiempo por el arzobispado de Barcelona sin que hasta ahora haya llegado a prosperar, aparece igualmente en los primeros papeles del legado del papa Pío XI que han podido ser revisados. El archivo secreto del cardenal Federico Tedeschini, que fue el último nuncio de la Santa Sede acreditado ante el Gobierno de la República, guardaba una confesión de Francisco Franco en la que admite, en julio de 1937, que está trabajando en la liberación del obispo Irurita y que pretende canjearlo por un político socialista. La Iglesia lo da por muerto en el 1936 y han aparecido testimonios de que fue visto en 1939.

LAS AUTONOMÍAS: El nuncio rechazaba las aspiraciones catalanas

Raguer dio ayer con una nueva evidencia de la fobia que la mayor parte de la jerarquía eclesiástica profesaba por los nacionalismos périfericos y, en particular, por Cataluña. Un escrito de Tedeschini fechado poco después de la revolución de Asturias del mes de octubre de 1934 responsabiliza de lo ocurrido, "en términos muy duros", según el estudioso, a los catalanes.

Tedeschini afirma en el documento que si el Gobierno republicano no logra poner fin a las veleidades autonomistas, el país está abocado irremediablemente a la catástrofe. Sorprende la actitud del nuncio porque este se comportó siempre ante las autoridades civiles como un moderado y fue uno de los primeros en tender puentes con la República desde su proclamación, haciendo tándem con el arzobispo de Tarragona, el cardenal Francesc Vidal i Barraquer. Esta actitud le hizo acreedor de los odios acerados de los integristas monárquicos, que no dejaron de conspirar contra él hasta que fue trasladado a Roma.

Uno de los documentos manejados por Raguer se refiere precisamente a los agitadores monárquicos como elementos que por entonces obstaculizaban la concordia y habla de su "importunidad e inoportunidad", en referencia a su desfachatez a la hora de acudir al Vaticano y a la agresividad con que realizaba sus planteamientos.