Todo nació a raíz de la visita al centro del abuelo de uno de los alumnos. Sus vivencias y experiencia puestas al servicio de la curiosidad de los chavales animó a los responsables del instituto Valdespartera a emprender una iniciativa basada en el contacto entre estudiantes de 3º de ESO y ancianos. Se trataba de compartir experiencias, de abrir el centro a los abuelos e iniciar una aventura ajena a la calificación y ligada estrechamente al corazón.

El programa innovador, Juntos, adscrito a otro más amplio -Línea 54- persigue la inmersión del instituto en el barrio.

«Se trata de estar abiertos a todo lo que nos rodea para ir a su encuentro y también traerlo al centro», sintetiza Javier Gallego, coordinador del programa junto a Teresa González. El IES está próximo a dos residencias. Con una de ellas ya se habían celebrado encuentros anteriormente pero solo en determinadas épocas con el claro objetivo de animar a los ancianos en fechas señaladas. Con la otra, la residencia y centro de día de mayores Fundaz Santa Bárbara, se establecieron relaciones a través de este programa. «Queríamos conocer su realidad y traerlos a la nuestra. Acercarnos a ellos y que nos contaran sus experiencias, preocupaciones o perspectivas. Conocerles de cerca», añade el docente.

En realidad, fue algo así como un intercambio. La conexión se estableció casi de forma inmediata entre los 12 chicos de dos clases que participaron, desde finales del año pasado, en el programa y unos abuelos de barrio convertidos en yayos. «La relación se ha ido haciendo cada vez más cercana. A cada chico se le asignó su abuelo y los ancianos esperaban impacientes a los nietos, en especial al suyo», recuerdan los coordinadores.

Objetivo «cumplido»

Y el balance ha sido extraordinario. «Nos habíamos propuesto conocerlos y que nos conocieran y abrir un camino. Desde luego, el objetivo se ha cumplido y tanto los chicos como los abuelos han estado entusiasmados», asegura Gallego.

Los encuentros incluían talleres, paseos o visitas a conciertos impartidos en el centro. Pero, sobre todo, cariño y cercanía, ingredientes esenciales de un proyecto que también ha contado con momentos duros. Como el llanto de una de las alumnas tras el fallecimiento de su abuela. «Ha sido una escuela de vida en toda regla», aseguran desde el instituto. «Se han abierto muchas fronteras», añaden.

Si en diciembre fueron los chicos los que fueron a buscar a la residencia a los ancianos para mostrarles su instituto, meses más tarde fueron los abuelos los que invitaron a sus nietos a visitar la residencia. «Pasamos toda la mañana juntos, primero les enseñamos la residencia ya que muchos de ellos no habían estado nunca en una, les llamó la atención que fuera tan amplia y que fuera un lugar tan alegre y con vida», recuerda uno de los usuarios de la residencia que asegura que «me encanta que se hagan este tipo de actividades con grupos de gente de edades tan diferentes, ya que aprendemos todos de todos. Y ellos cambian un poco su idea sobre nosotros, ya que somos personas sociables».

Y todo ello dos veces por trimestre y en horario lectivo, lo que supone que los chicos que participan en el programa pierdan clase, pero no importa. Tampoco sirve para subir nota o mejorar el expediente. Da igual. La confianza es tal que hay ancianos que apenas se tratan con el resto de usuarios de la residencia, pero que esperan impacientes a su nieto para contarle lo que no le cuentan a nadie más.

Tendrá continuidad

El éxito del primer año ha sido tal que el proyecto tendrá continuidad. «Soñamos con alguna formación conjunta y que los chicos enseñen herramientas informáticas o cortometrajes a los abuelos. O que ellos puedan venir a enseñar a los alumnos cosas propias de la que fue su profesión o recitar poesías o narrar relatos escritos por ellos», dice Gallego.

«Existe gran interés en fomentar este tipo de actividades, no solo porque ayuda a paliar la monotonía de nuestros mayores y salir de la rutina del día a día, sino porque también aumenta su riqueza psicosocial, mejorando el sentimiento de utilidad, de pertenencia al colectivo del barrio, su compromiso con la sociedad y su sentido de utilidad y también se proyecta en beneficios para su salud», apunta Cristina Sánchez, directora de la residencia.