Según los telepredicadores del Carajillo Party, la causa definitiva de la crisis financiera no es otra que el Estado de las Autonomías. La peculiar descentralización española, dicen, aterra a los inversores, genera incomprensión entre nuestros socios europeos y pone de manifiesto nuestra incapacidad a la hora de administrarnos. ¡Por eso, añaden, no han funcionado las sucesivas reformas financieras ni las ídem laborales! ¡Por eso Merkel nos mira de reojo, aunque luego le ponga buena cara al pavo de Rajoy! Sí, esas autonomías manirrotas, caciquiles y centrífugas son la causa de todos los males. Se han convertido en el último chivo expiatorio con cuyo sacrificio se pretende conjurar la maldición que nos empuja de rescate en rescate hacia la ruina definitiva.

Y en éstas, que Aragón celebró el treinta aniversario de su Estatuto poniendo coronas de flores en las tumbas de nuestros reyes medievales y reclamando (de boquilla, se supone) más autogobierno. La conmemoración pasó prácticamente desapercibida, y en todo caso muchos de quienes se apercibieron de ella aprovecharon la ocasión para clamar por el retorno al centralismo. La autonomía, que en su momento movió a cientos de miles de aragoneses envueltos en cuatribarradas y transidos de amor patrio, está de bajada. Como la política en general.

Y el caso es que esta autonomía de ni fu ni fa que disfrutamos en Aragón es la gestora fundamental del Estado del Bienestar. Tal circunstancia permitiría a los reaccionarios matar dos pájaros de un tiro: volvemos a la España una, grande y libre (¡je,je!) y de paso hacemos trizas la sanidad, la educación y los servicios sociales. Jugada perfecta.

El caso es, asimismo, que en estos treinta años de discreto autogobierno (autoadministración, suelo precisar) Aragón ha visto reducirse su déficit de inversión pública y ha conocido mejoras sustanciales en los servicios públicos antes citados. Es lógico que así fuese, porque tres decenios dan margen suficiente para progresar en todos los terrenos. Pero ahora mismo, cuando los conservadores pretenden volver atrás en el tiempo, sostener ese progreso y profundizar en él se ha convertido en una tarea imprescindible si queremos redimir esta democracia social devaluada y claudicante pero sin mejores alternativas.

La autonomía aragonesa no ha resuelto los problemas esenciales de la Comunidad ni ha definido su futuro por la mediocridad de los políticos, por la escasa responsabilidad social de los poderes fácticos y por el absentismo de una ciudadanía desorganizada. Aun así, la Tierra Noble está mucho mejor que en tiempos de los gobernadores civiles y los delegados ministeriales. Que, por cierto, no eran pocos y casi todos tenían coche oficial.