El banco será, salvo que un recurso ante el Supremo lo desmienta, el que pague por la macroestafa de la fábrica de contenedores solidarios que nunca llegó a construirse. Un proyecto que, pese a resultar un fiasco, engatusó a una treintena de particulares y empresas que invirtieron más de cuatro millones de euros en él. El dinero tendrá que devolvérselo la entidad (Barklays), por su falta de control del dinero manejado por el cerebro de la trama, Enrique Irazábal. Porque los cinco estafadores condenados son insolventes.

La Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Zaragoza acaba de dictar la sentencia de este juicio celebrado en julio, en la que condena a Irazábal, a su socia informática Elsa Andrés y a otro testaferro, Jesús Fernández, a penas de 6 años y 10 meses de cárcel, 4 años y 10 meses y 4 años y 9 meses, respectivamente, por delitos continuado de estafa agravada, falsedad documental, blanqueo de capitales y grupo criminal. Los tres, representados por Enrique Trebolle, admitieron los hechos pero pelearon las penas.

Según confesaron, urdieron la trama por la que simularon dirigir un próspero negocio internacional de fábricas de contenedores para transportar desalinizadoras o productos sanitarios al Tercer Mundo. Para ello usaron documentos oficiales -en realidad, meros resguardos sin valor-, empresas pantalla, páginas web falsas e incluso falsos socios famosos que no conocían.

Para ello contaron con la colaboracion como cómplice del aragonés Antonio Yoldi hijo (dos años por estafa), que actuaba como representante y captador. Los jueces absuelven a su padre, pero no pueden creerse que él, tras diez años e ingeniero, viajase por el mundo a cuenta de la empresa sin percatarse de que el proyecto era humo. Algo similar a otra cómplice, Elisabeth Mamontoff (año y medio de prisión), que también captó clientes y se presentaba como vicepresidenta de la empresa, Scinet.

El dinero se transfería rápidamente entre cuentas, gran parte con destino a la familia de Irazábal en EEUU (donde ya fue condenado). El banco no detectó estas sospechosas fluctuaciones e incluso sus empleados ayudaron con elogios, sin querer (si no, serían condenados), a dar apariencia solvente al estafador.