Esta edición de las fiestas del Pilar acaba con frío, pero bien (salvo por el caso del muchacho pisoteado por la vaquilla anteayer). En la sucesión de eventos multitudinarios contabilizados como éxitos, los festejos zaragozanos cumplen una vez más su función: contentar al vecindario, vender ciudad. Ya puede estar satisfecho Belloch, porque en la capital de Aragón las obras colosales, las macroverbenas y los enormes espectáculos dirigidos a las masas (o participados directamente por ellas) son jalones esenciales en la confección de un mandato municipal. Y él ha cubierto en estos tres años y medio un recorrido que, asumiendo el lenguaje actual, habría que calificar de espectacular. No me extraña que vaya a por más a pesar de la crisis y la colosal deuda que arrastra.

Las fiestas del Pilar siempre han sido un punto filipino en la gestión del Ayuntamiento de Zaragoza. Comprender esa querencia por la alegría y el mogollón ha sido un acierto táctico del actual alcalde, a quien sólo le ha hecho falta leer en la historia reciente de la Inmortal Ciudad desde el punto y hora en que Luis García Nieto se aplicó con notable inteligencia y habilidad a confeccionar unos festejos mayores que dejasen al personal resacoso y fatigado pero feliz. Con eso y la actualización de la Plaza del Pilar y aledaños, González Triviño aguantó hasta el reventón final.

Sin embargo, en sus ocho años de gobierno, el PP no se aprendió la lección. A Rudi le faltó iniciativa para dar un paso adelante en el tema de las obras y en el de los saraos (y eso que mi colega Bolea se lo puso a huevo con lo del Michael Jackson). Atarés se metió atinadamente en la reforma de Independencia pero no acertó a resolver el asunto.

En el momento presente, mientras Juan Alberto Belloch se relame anticipadamente por una victoria electoral que le auguran todas las encuestas, el PP todavía no ha decidido quién será su candidata o candidato. Es probable que carezca de un personaje con tirón, y es seguro que no tendrá fácil encontrarlo porque, sin expectativas de victoria, la gente de orden suele dejar las cosas de la política para los entusiastas del tema. Como me canso de decir, los cargos electos (concejal de Zaragoza o diputado en las Cortes) no ofrecen ni sueldos ni prebendas especiales si se está en la oposición. Es casi imposible interesar en ellos a profesionales, empresarios o intelectuales de prestigio, que no están dispuestos a perder ingresos y, encima, estar todo el día haciendo de blanco en la barraca del pim pam pum mediático y ciudadano. Creo que los conservadores, entre otras cosas, sufren los letales efectos de varios años sin tocar poder en Aragón (ni DGA ni ayuntamientos importantes ni diputaciones provinciales ni ningún sillón desde donde se reparta alguna merced).

Y es que gobernar desgasta, pero estar en la oposición...