En esta película, Sergio Leone rompe con los cánones morales de los wésterns y muestra un salvaje Oeste en el que solo hay dos categorías humanas: los que tienen el revólver cargado y los que cavan tumbas. En los wésterns políticos, sin embargo, hay tipos legales y honestos, incapaces de disparar por la espalda. Pierden pero crecen en calidad y decencia democrática, y abandonan limpios y dignos como Emilio Eiroa, el bueno de esta peli.

Hundido y rematado por francotiradores que iban desde el PP al PC pasando por el gran capital, no huyó de las Cortes de Aragón como sus consejeros: atendió a los medios, después hizo la mudanza del despacho y horas más tarde recibió a este diario en su casa. Estaba viviendo los días más difíciles de su vida, se sentía víctima de una felonía, de una conspiración, pero, sobre todo, era un padre angustiado porque la hija que acababa de hacerle abuelo seguía grave en el hospital. Nos dijo que no se rendía, que su principal error había sido no reformar la Ley de Cajas, y le hicimos una foto maravillosa junto a la cuna de su primer nieto, su principal aliento, su único aliento. Acababa de comprobar en su propia piel que los poderes económicos de Aragón, en una bastarda alianza con otros poderes políticos, tenían más fuerza que las urnas. No daba crédito, por ejemplo, a que una persona con la trayectoria política del entonces director de Radio Zaragoza pudiera formar parte del nuevo gobierno de izquierdas. Así, se autoproclamó «presidente en el exilio».

El feo había desaparecido

Antes de vender su voto en las Cortes, Emilio Gomáriz ya era un cadáver político y una piltrafa humana: «Me amenazan con un dosier sobre mujeres», dijo en la tribuna del hemiciclo a modo de justificación. Y se largó. No había que tener gran olfato periodístico para encontrarle:

-¿Qué tal Emilio, cómo está, más tranquilo?

-(Incómodo silencio) Bueno, así, así.

-Siento haberle interrumpido la siesta.

-Para siestas estoy yo.

-Me gustaría hablar con usted.

-Otro rato.

Y colgó el teléfono.

Hora y media después, esta periodista y Rogelio Allepuz entraban por la cochera a su casa familiar de Belchite, la que compartía con su cuñado Rafael Casas, en ese momento delegado del Gobierno de Eiroa en Madrid. Los policías que escoltaban al hombre más buscado de Aragón trataron de impedirnos el paso, pero Gomáriz, muy abatido, nos invitó a pasar, se prestó a posar para Rogelio ante la cosecha de almendras recién recolectada y nos ofreció una fanta.

-Soy el menor de diez hermanos, algunos de los cuales no saben ni escribir. A los nueve años no sabía decir mi apellido porque trabajaba en el campo, pero el cura de mi pueblo se empeñó y me mandó a estudiar».

-Denunció en tribuna parlamentaria haber recibido amenazas por asunto de mujeres.

-Tratan de inhabilitarme pero mi vida es muy limpia. Tengo tres carreras universitarias y una plaza en la Universidad ganada por oposición».

-¿Aún era carmelita cuando daba clases en un colegio femenino?

-(...)

Aquí se acabó la conversación que hasta entonces había discurrido de manera amable y distendida, tan distendida que había respondido con un simple «a la gente le gusta hablar» a la pregunta crucial: ¿Es verdad que le han pagado 150 millones de pesetas? Se puso de pie y se marchó. Solo pudimos despedirnos de los policías.

El malo

Ese mismo día el malo de la película fue hospitalizado por una arritmia cardiaca. Tuvo que ser doloroso para él que su propio grupo premiara con cuatro segundos de aplausos los 90 minutos de discurso. Marco se estrenó con mal pie, pero lo primero que hizo cuando ocupó el despacho presidencial fue pagar 15 millones de pesetas a una agencia de detectives por un barrido telefónico en el Pignatelli y un truculento espionaje, encargado desde su despacho en el PSOE, a políticos, empresarios y periodistas.

Pepe Marco convirtió el Pignatelli en un nido de espías y, curiosamente, quien dio la voz de alarma fue el alcalde socialista González Triviño, víctima también de este esperpento pseudopoliciaco que le estalló a Marco en las manos catorce meses después y le obligó a dimitir como presidente de Aragón y diputado de las Cortes en enero del 95. Dos meses después era repudiado por su propio partido.

*Lola Ester fue subdirectora de este diario hasta marzo del 2009.