La próxima puesta en marcha de la Ley de Capitalidad supone ya, sin duda, una buena noticia. Y no sólo para Zaragoza, que será, lógicamente, la mayor beneficiada, sino para el conjunto de Aragón. Lo de menos es que se haya aprobado en el contexto de una lucha política entre PSOE y Podemos; lo de más, que ha salido adelante.

Pues lo que es bueno para Zaragoza es bueno para Aragón.

Sin que sea posible, al menos para mí, explicar muy bien por qué, tradicionalmente ambas partes, la capital y la Comunidad, han estado, permanecido de espaldas, cada una de cara a su pared, castigándose a no hablar, aprender, trabajar juntos en la asignatura autonómica, tanto a nivel territorial como municipal. De resultas de esa extraña incomunicación, ambas partes han salido perjudicadas desde los albores de la Transición.

Desde, por ejemplo, que Santiago Marraco y Ramón Sáinz de Varanda, ambos socialistas, coincidieron al frente de la Diputación General y del Ayuntamiento zaragozano, respectivamente. Su falta de sintonía redundó en la ausencia de capítulos presupuestarios para el primer municipio de la región, tónica que se mantendría con los binomios José Marco--Antonio González Triviño, Santiago Lanzuela--Luisa Fernanda Rudi, Marcelino Iglesias--Juan Alberto Belloch. Hasta que Javier Lambán y Pedro Santisteve han sido finalmente capaces de dotar a Zaragoza de fondos autonómicos para inversiones muy variadas, desde sus infraestructuras hasta las actividades deportivas, sanitarias o educacionales.

Es de esperar que la puesta en marcha del nuevo protocolo presupuestario, esas partidas, de ocho millones/año, se aprovechen debidamente, en primer lugar, y vayan acuñando, además, un nuevo estilo de hacer política territorial que integre nuestros principales activos.

Zaragoza, con todo lo que supone, habitantes, industrias, su extraordinaria posición geográfica no es una ciudad especialmente conocida ni valorada en el resto del país, siendo en Europa prácticamente una desconocida. Su puesta en valor, la constante renovación de sus ofertas y servicios beneficiará directamente a más de la mitad de los aragoneses, los que en ella residen, y aproximará su provincia --otra gran desconocida-- a nuevas generaciones de turistas. Huesca y Teruel deberían salir asimismo beneficiados de esas sinergias.