Un año más, el centro de Zaragoza se llenó de color y música con el gran desfile de Carnaval que partió a las siete de la tarde de la plaza San Miguel. Pero ya desde las seis, los integrantes de las 26 peñas comenzaron a congregarse y el bullicio se instaló entre cientos de difraces. Unas 2.000 personas, niños y mayores, se iban colocando alrededor de su «carroza» hasta la hora de salida.

Pero poco antes, la suelta del Rey de Gallos dio el pistoletazo al inicio del Carnaval. «Me han tenido todo el año en un corral y ahora me sueltan para que comience la diversión; yo soy el que abro la fiesta» explicó. La peña de la Albarda recuperó la tradición y siempre representa el personaje. «Y en un par de días me vuelven a encerrar porque viene la señora Cuaresma, pero esta noche es larga y dura», bromea Moncho, que viste con orgullo el colorido traje de gallo.

Y es que la broma y el «buen rollo» son parte del Carnaval. La primera peña que desfiló fue la de los Cincomil, y añadió calor a la agradable temperatura de la tarde, ya que una enorme hoguera abría la cabalgata y más de cincuenta personas iban bailando con una ensayada coreografía y disfrazadas de fuego. «Este año estamos todos muy quemados y queremos calcinar todo lo que nos estorba», dice Mara. El disfraz lo han hecho ellos mismos «todo a mano, cosido, con telas y alambre, y muchas horas de trabajo», señala Héctor.

Delirium era el título y el motivo de la peña PaCutio, que desfiló en decimoctavo lugar, con más de noventa peñistas. El disfraz, con una vistosa capa dorada, era una alegoría de «la locura, el brillo de la fiesta y la alegría, no el desenfreno», puntualiza Ana.

El circo, policías y presos, bolas de billar o botellas de vino. La cabalgata mezclaba ritmos y colores. Y otro gallo, «el único en el corral de gallinas», de la peña El jaleo: «Vamos unos cuarenta y hemos hecho los trajes con materiales reciclables», explica Ángel. Pero también había peces debajo del mar y medusas que nadaban al ritmo de la música.

Espectadores

Los ciudadanos a lo largo del recorrido por el Coso, la plaza de España y la calle Alfonso llevaban bastante rato allí para conseguir un buen puesto y ver el desfile. Los más pequeños, muchos disfrazados también, en las primeras filas. Carmen llevaba una media hora esperando con su hijo Dima, de diez años, ataviado con un sombrero de pirata: «Es la primera vez que venimos y nos está gustando mucho». También había llegado para coger buen sitio media hora antes Lola, que esperaba porqué desfilaba su hija «de la peña Los beodos, que van disfrazados de comecocos».

El Carnaval da pie para que la fantasía y los sueños se vuelvan realidad. Así, la peña El almuerzo representó el cuento El Soldadito de Plomo: «Comenzamos a prepararlo en enero y en la carroza está el barco de papel, los dados de las letras, los peluches», explicó Roberto. Ellos vestidos de soldaditos y ellas de bailarinas, 44 peñistas en total. Y Los marinos representaron la película de Tim Burton La fábrica de chocolate. Trentaicinco Umpalumpas, con pelucas verdes, la cara pintada de color naranja y «todos los trajes realizados por una peñista, Tere Tabuenca, que se ofreció para hacerlos», explican Sonia y Tania. En la carroza llevaban las gigantes chucherías, sugus, helado, el sillón de Willy Wonka y un arbol de caramelo.