Miedo da. Cuando el sector agroalimentario aparece en el candelabro con cierta asiduidad, no suele ser para nada nuevo. Y vale que esta semana es peculiar, la menos noticiosa del año, con el país parado y la mayoría de los jefes de vacaciones. Pero ahí está y no solamente por la llegada de los huevos contaminantes, que han puesto de manifiesto la laxitud de las medidas preventivas europeas.

Olona tiene que bregar con unos ganaderos nada satisfechos con las medidas que propone para paliar los efectos de la llegada del lobo. No se le puede negar rapidez en esta ocasión al consejero, que ya ha sacado una orden al respecto, pero el consenso parece lejano.

Al menos Olona pudo sonreír al presentar con Lambán y Gastón otro de los macroproyectos porcinos que tanto gustan a nuestro gobierno. Un matadero de capital italiano que creará 600 empleos directos -esperemos que de verdad, y no falsos autónomos como en otras factorías- y sacrificará los tocinos que se producen en la redolada y ahora exportamos vivos.

También sigue siendo noticia los problemas derivados de los excedentes de la fruta dulce de hueso, ya que hoy mismo se concentran los agricultores con sus tractores en Sosés para solicitar un mayor cupo de retirada por parte del Estado. Ciertamente no hay precio de venta, ni espacio en almacenes, fruto de una especie de burbuja frutera que no ha sabido amarrar los contactos comerciales.

Hasta vuelven guerras del agua, como en Olvena, donde además de una moción de censura municipal entre miembros del PP, han desaparecido 15 000 litros de agua potable, que quizá esté regando algún campo cercano.

Lo dicho, miedo. Porque nos hablan de una apuesta por la industrialización masiva, sin contar los problemas derivados, por ejemplo, de los purines. O de la especulación con alimentos, que se producen al albur, para que en el mejor de los casos terminen convertidos en zumos. Mejor, que escriban de fútbol, o de Trump. Para lo que sirve.