Se llama ciberbullying y es la pesadilla de muchos escolares. Se trata de un fenómeno en expansión que consiste en el acoso entre iguales a través de las tecnologías interactivas, como el móvil o internet. Las formas de ejercerlo abarcan desde la difusión de imágenes ofensivas para la víctima hasta el envío de correos electrónicos en su nombre que cuentan hechos privados o degradantes. Esta práctica, considerada delito grave, está empezando a ser usual entre los escolares. Los agresores son los propios amigos o compañeros de clase, que se refugian en el anonimato y aprovechan el gran alcance de los nuevos medios para agredir psicológicamente a sus semejantes.

"Cada año los niños empiezan a sufrir antes el cyberbullying y hay más casos. Ahora hay chavales que con 10 o 11 años ya han padecido este tipo de acoso", indica Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía. El fácil acceso de los niños a las nuevas tecnologías es el telón de fondo de este problema que afecta a niños de todas las edades, siendo los de 14 a 17 años el grupo de mayor riesgo.

"Los acosadores son personas con autoestima baja, que han sufrido mucha agresividad, con poca empatía, tienen problemas con los estudios y buscan estas acciones para sobresalir", indica Planas. El perfil de la víctima suele ser de un niño con dificultades sociales que experimenta algún tipo de rechazo. Las consecuencias de este acoso pasan por depresión, sorpresa al enterarse de que el que le ha acosado es un amigo, o tristeza, siempre partiendo de un golpe a su autoestima.

"Hay detalles que indican que un niño puede ser víctima de ciberbullying: fobia escolar, cambios bruscos como ir bien en la escuela y empezar a fracasar, o una agresividad inusual", señala Planas, que ayer presidió una mesa redonda en la Facultad de Educación de Zaragoza sobre la detección e intervención ante estos casos, una labor interdisciplinar que depende de diversos agentes.

El ciberbullying es un delito grave y como tal se penaliza, pero la difícil detección de estos casos hace que la prevención sea la clave. "Las familias deben fomentar un buen uso de las nuevas tecnologías, pasar tiempo con sus hijos y no permitir que estén parte del día enfrente de un ordenador", señala.

El papel de los educadores engloba el trabajo con el agresor, el apoyo a la víctima incidiendo sobre la autoestima y un punto de vital importancia, el trabajo con el grupo de los espectadores del acoso, aquellos que pueden frenarlo y descubrir al bully. Este actúa amparado por el anonimato, por lo que puede ofender de una forma que no se atrevería a hacer en persona así como llegar a más gente a través de internet. La denuncia es por lo tanto lo más eficaz ante estos casos, trabajar con los niños para que comuniquen, eviten y superen este tipo de práctica. "Es un largo proceso y cuando antes se haga, mejor", concluye Planas.