Un viento interesado lleva meses elevando a Ciudadanos a las cotas más altas de la gloria, vaticinando que puede romper todos los pronósticos en las próximas elecciones. Aupado por su tirón mediático, su pragmatismo, su sentido de la oportunidad y la simpatía que genera en determinados sectores, y ayudado por el desgaste ideológico y la confusión cada vez más palpable de los dos grandes partidos para dar respuesta al sentir social, se ha convertido en el enemigo a batir. Para unos y para otros. A la izquierda y a la derecha.

Ayer se pudo comprobar en el pleno de las Cortes, donde se constató que los augurios demoscópicos preocupan, y mucho, al sector conservador del parlamento. El PAR y el PP arreciaron sus críticas hacia la formación naranja, en un puro «ataque de cuernos espectacular» del PP, según el consejero de Hacienda, Fernando Gimeno, cuando el diputado Antonio Suárez volvió a interpelarle sobre el tan traido impuesto de Sucesiones (que se está convirtiendo ya en el protagonista absoluto de los debates plenarios) y recriminó al diputado naranja Javier Martínez que se reuniera con Gimeno para tratar de hallar un punto de encuentro. Dura fue también la diputada aragonesista Elena Allué, la mejor cómplice de Suárez en su afilada oposición contra este impuesto. Allué no se quedó corta y consideró a Ciudadanos una «veleta» (curioso adjetivo que años ha emplaban los adversarios para atacar al PAR) y fue mucho más alla: «Ustedes son los auténticos enemigos de Aragón».

Todo durante el enésimo debate sobre Sucesiones, bajo la mirada de una de las dos plataformas, asidua ya a la tribuna de invitados, que hace aspavientos favorables cuando Suárez y Allué piden el fin de este impuesto y dan la espalda a quien considera que este impuesto debe continuar. Ciudadanos sumó las críticas de PP y PAR, desconcertados por cierto viraje en las últimas horas al reunirse con el PSOE (que aunque no guarde relación directa también consiguió frenar la moción de censura de la importante alcaldía de Fraga tras la renuncia del edil naranja tras un acuerdo a última hora). Está claro que aunque falta un año para las elecciones, la fragmentación del voto obliga a recomponer relaciones y buscar posibles alternativas. Cuantas más opciones haya en la baraja, mejor. Por si acaso.

A pesar de ello, Javier Martínez fue sincero con Suárez: «¿Cree que es fácil trabajar con Gimeno? Si cuando me siento con él y le miro a los ojos estoy pensando en lo que me va a hacer». Martínez acusó al PP de «marear la perdiz» con el impuesto de Sucesiones, e invitó a los populares a traer su propia ley o a llamar a Mariano Rajoy. «Con una llamada se acabaría el impuesto». Un enigmático cambio de matiz en el discurso de la formación naranja, mientras Gimeno tranquilizaba a Suárez insistiendo en que el PSOE «no iba a cambiar de novio».

Habrá reforma del impuesto, reiteró el consejero, quien anunció la inminente llegada de un informe que analiza este tributo. También animó a todos a «ceder» porque también volvió a reiterar que no es justo que los aragoneses ayuden con su carga fiscal «a contribuir con la sanidad madrileña», lugar donde nadie paga por su herencia. Ni los pobres ni los ricos ni la clase media. Lo que, obviamente, beneficia a quien más tiene. Y el consejero lo dejó claro, asegurando que quien más tiene más debe aportar.

El debate del impuesto de Sucesiones no da mucho más de sí, aunque llena las plazas últimamente de indignados muy preocupados por aportar a la caja común en su último suspiro. Tampoco da mucho más de sí el debate de la despoblación, el topicazo de la España vacía y los pueblos que mueren. Todos coinciden en la necesidad de aplicar estrategias, directrices y protocolos, mientras la cruda realidad demográfica continúa demostrando que las ciudades crecen y los pueblos pequeños se van abandonando, como siempre pasó a lo largo de la Historia. Mientras todos coinciden en la necesidad de hacer algo pero siguen sin hacer nada, el debate sobre tuvo varios protagonistas. Una encendida portavoz del PP, Mar Vaquero, que se enzarzó con la de CHA, Carmen Martínez. Desagradable fue el rifirrafe entre Raúl Gay y María Herrero. El primero tiró de cliché para acusar de «clientelistas y caciquiles» a los aragonesistas y esta, harta por el tópico que persigue a un PAR que desde que lo dirige Arturo Aliaga se esfuerza por erradicarlo, le pidió el mismo respeto que el PAR tiene a Podemos. Cansada de acusaciones y siembras de sospecha --algo que tal vez Gay aprenidera de su primer líder y experto en esa materia, Pablo Echenique-- le invitó a ir a los tribunales si conoce algún caso de clientelismo y caciquismo.

Otro debate recurrente fue si a Aragón le va mal con el Gobierno central o no. Depende si el que manda es de tu partido o no. Para Javier Lambán, está claro que le va mal, pero porque Rajoy es «injusto» con Aragón pero también con el resto. Lamentó que no atienda a la bilateral y que la Conferencia de Presidentes siga sin cumplirse. Recordó a Podemos que la oposición a Rajoy se hace en el Congreso pero cogió el guante de Nacho Escartín para hacer un «bloque fuerte» desde Aragón. Luis María Beamonte tiró de cuentas para recordar las millonarias inversiones de Fomento al tiempo queanunció que el FITE se firmará la semana que viene. Para Beamonte, el debate fue una «desfachatez».

Aliaga, mientras tanto, confesó una idea surgida en su ducha matinal, una propuesta tan ideal que solo puede surgir en el lavatorio: un bloque aragonés en el Congreso con los 13 diputados que tiene Aragón. Una idea que en principio no le parece mal a Lambán, aunque lo vio con el PP, del que «no espera nada». Aunque todo siempre es susceptible de cambio.