Hace tiempo que en las encuestas nacionales sobre aquellos asuntos que fundamentalmente preocupan a los españoles vienen apareciendo nuestros políticos, en su conjunto, como clase o casta, y como un grave problema social. Sus notas son muy bajas, estando por lo general bien colocados en el ránking de calamidades patrias.

¿Se lo merecen? Ellos mismos se empeñan en ello, esforzándose en no caer de las encuestas.

No hay mes en que un nuevo escándalo de corrupción no sacuda el país. El último, el máster de Cristina Cifuentes, no ha traído por el momento aparejada dimisión alguna. A pesar de las evidencias de fraude no ha cesado la presidenta madrileña, pero tampoco lo han hecho el rector o los profesores afectados en una Universidad, Rey Juan Carlos, seriamente tocada por esta última crisis de credibilidad de nuestros partidos e instituciones.

En la calle, la sensación es de irritación y confusión. Cabreo generalizado porque no hay modo de acabar con una lacra que afecta a nuestros órganos representativos. Confusión porque, en la realidad de la vida política, y en su fondo, nadie hace nada o casi nada por acabar con las prácticas corruptas.

Cuando un nuevo caso sacude a la opinión pública, los partidos convocan ruedas de prensa, a veces varias al día, ponen el grito en el cielo, se acusan mutuamente, recuerdan y remueven sus viejas vergüenzas y, si la cosa se pone más fea, interponen una denuncia o abren una comisión de investigación. Hasta ahí llegan, más no. Más allá sólo quedan los jueces, saturados de trabajo por culpa de las debilidades de la casta, por la afición de diputados y concejales a meter la mano en la caja, y sometidos a tremendas presiones.

El pueblo asiste con impotencia y estupefacción a este siniestro espectáculo cuyo telón nunca cae. Las cúpulas del poder no son conscientes de que el desprestigio de los partidos y de sus líderes aumenta de manera peligrosa para la supervivencia del propio sistema. De la misma forma que los catalibanes de Puigdemont pueden cargarse el estado autonómico, los corruptos de Rajoy pueden destrozar la democracia.

¿Hay regeneración posible? Todo demócrata quiere pensar que sí, que habrá un momento en que la limpieza se impondrá en la vida pública, pero el tiempo pasa y la corrupción sigue ganando el partido.