"Aquello no era un simple atracón. Era un atracón constante. Llegué a comer hasta 80 veces al día, con intervalos de cinco minutos. Solo quería comer, comer. Cada rato me levantaba buscando lo que fuera. Me convertí en alguien indeseable, me daba asco a mí misma de las cosas que hacía por comer. Fue antes de los 40 años. Algo se debió romper en mi cabeza. Fue como si la bestia que siempre había tenido bajo control, se hubiera despertado y manejara mi vida".

Montse, de 53 años, relata así aquellos años de sufrimiento, de compulsión emocional, que le rompieron. Empezó a engordar y a engordar, a aislarse del mundo, a no hacer nada más que comer e ir al baño, con los laxantes que ingería en un deseo inútil de desprenderse de sus ya 170 kilos. En esa situación entró en contacto con la Asociación Comedores Compulsivos Anónimos, presente en Zaragoza desde hace dos décadas. "Llevo diez años en esta asociación y ahora peso 120 kilos, pero sin hacer dietas, sino gracias al programa de autoayuda de esta asociación, que funciona como alcohólicos anónimos, con la que he conseguido controlarme y comer únicamente tres veces al día".

Nada que ver con su pasado, porque a Montse --que nació y vivió en Barcelona hasta que se casó y vino a vivir a Zaragoza--, se le despertó el apetito en la pubertad, aunque no de forma tan compulsiva. Comenzó a ser una chica regordita, con complejos, con miedos y vergüenzas. "Me empecé a obsesionar con mi cuerpo. Me ponía a dieta. Bajaba kilos que luego recuperaba. Luego me casé, y vine a Zaragoza, tuve unos gemelos, que poco después, fallecieron".

Pasaron los años, Montse compatibilizó el trabajo en una empresa con la crianza de su único hijo, que ahora tiene 23 años. El control con que había mantenido a raya aquel apetito desmesurado comenzó a resquebrajarse. "Era mi cabeza la que tenía hambre. Yo no notaba hambre físico y las dietas eran una tortura". Al final, se quedó sin fuerza de voluntad y empezó a comer de todo. No era el típico atracón sino el atracón constante. Cada cinco minutos planeaba comer algo. "Daba igual todo: a algo muy dulce le podía seguir algo muy salado. Era un revoltijo. LLegué a recoger restos de mi propia basura. Era como una compuerta que si se abre ya no la puedes cerrar. Un desenfreno terrible".

El otro día, Montse cuando vio la película el exorcista se sintió identificada. "Es como si un demonio, una bestia se te despertara. Como si hubiera dos yo. Una Montse, comedida, discreta, incapaz de hacer esas bestialidades, y luego la otra".

Sus padres, su hijo y su marido le rogaron que se pusiera en manos de psicólogos. Y entre unos y otros logró entrar en contacto con la asociación Comedores Compulsivos Anónimos hace más de diez años. Montse asegura haberse encontrado a sí misma. Dice sentirse más libre, más segura, después de liberarse de miedos y fantasmas que le atormentaban en su vida, casi sin saberlo, y que ocultaba con la comida. "Es como si fuera un programa de desintoxicación, de sacar de tu vida todo lo malo, tus propias miserias, que te lastran. Es una enfermedad emocional, de sentimientos, de miedos y frustraciones, que se pagan con la comida, como el alcohólico lo paga con el alcohol".

Pero no todos los que acuden a esta asociación lo soportan. Muchos abandonan, relatan porque el esfuerzo que hay que hacer es tremendo. Recuerda que hay una excompañera encerrada en un piso con 250 kilos, que hace un año que no sale.

Montse lo describe como un viaje interior y personal, en el que es necesario analizar toda tu vida y entresacar todas las miserias. "Es algo muy duro, y algunos no lo soportan. Es abrir un armario y ahí van saliendo fantasmas. Para unos relacionados con maltratos, o con abandonos, o con abusos, o con la sensación de no haberse sentido querido. En mí caso, tuve que enfrentarme a un pasado de castigos físicos. Mi padre es una buena persona, maravilloso, pero sufría ataques de ira. Luego se suman tus complejos, los reveses de la vida, la muerte de mis hijos. Pero puedo decir, que ahora, en estos años he logrado quitarme estos lastres, e incluso a mi padre no le guardo resentimiento. Al revés, lo quiero y pienso que él no tuvo la oportunidad de que le ayudaran".

Los ojos de Montse transmiten mucha paz. Y ella, una veterana del grupo es un verdadero motor para las 25 personas que se reúnen cada viernes durante dos horas y media en el centro cultural Salvador Allende en Las Fuentes (Teléfono de contacto: 976 17 72 42). "Es un viaje de autoconocimiento maravilloso, que lo recomiendo a todo el mundo. Te sientes libre de ataduras, no tienes que complacer a los demás por ser una gordinflona, que no quiere ser marginada. Eres capaz de decir no cuando quieres decir no. Pero además quiero seguir en este viaje y cuando llegue a los 60 quiero ser todavía mejor y quererme todavía más".