El drama de los refugiados no solamente no va a cesar en los próximos años, sino que su gravedad seguirá incrementándose a medida que las guerras y hambrunas en África y Oriente Próximo generen cientos de miles de desplazados que, naturalmente, se dirigirán a Europa. ¿A dónde, si no?

Sin embargo, la tradicional hospitalidad europea, que ha escrito numerosos y solidarios capítulos, comenzando por la cobertura a los exiliados de las dictaduras latinas de los sesenta y setenta y terminando, de momento, con los refugiados sirios, corre el riesgo de verse seriamente limitada. El discurso filonazi, supremacista, del presidente checo Milos Zeman y de otros dirigentes de la Unión Europea ha ido calando en países balcánicos y eslavos donde el racismo nunca se ha extirpado por completo. A las alambradas de espino en Centroeuropa se viene sumando en el sur, Italia, Grecia, Turquía, otro problema logístico y político, la incapacidad para dar respuesta a la creciente demanda de acogida o asilo de decenas de miles de refugiados procedentes de los países árabes y Afganistán.

La tolerancia de países tradicionalmente francos a la integración, como Suecia o Alemania, se ha visto criticada desde dentro por voces radicales que aumentan de tono, y de audiencia. Sucesos como el de Colonia, con decenas de mujeres agredidas por emigrantes, no contribuyen a serenar los puntos de vista.

Para recuperar la lucidez puede resultar instructivo leer Guerra, de Janne Teller (Seix Barral).

Una ucronía que se sigue al principio, como un divertimento, pero que página a página va generando desasosiego, inquietud, y la progresiva certidumbre de que su trágico y paradójico argumento podría llegar a ser real. Una supuesta contienda civil en España, nacida de la imaginación de Teller, está provocando un éxodo masivo de ciudadanos españoles que recorren a pie el norte de Africa, o el Mediterráneo en pateras, con la esperanza de llegar a Egipto, donde el alto nivel de vida y una generosa política de acogida franquea al menos la posibilidad de poder comenzar una nueva vida. El sufrimiento de los españoles nos toca más de cerca, y de ahí poco nos cuesta imaginarnos a nosotros mismos abandonando nuestro pasado, nuestra casa, con la única ambición de sobrevivir.

Una cuestión de humanidad.