Los cruceros o cruces de término son un elemento característico de muchos pueblos aragoneses. Su antigua función era señalizar los caminos y honrar a los santos, aunque ahora son sobre todo pequeños monumentos, modestos representantes del patrimonio arquitectónico local.

Pero se trata de una herencia que, si bien está catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1999, se encuentra en muchos casos en un estado de abandono. Así lo piensa, Rafael Margalé, que junto a su esposa, Irene Taulés, ha inventariado y estudiado los más de 2.000 peirones (como también se les llama) existentes en toda la comunidad.

"Se puede decir que casi todos ellos se encuentran en una situación pésima", denuncia este estudioso de los cruceros. "El problema es que nadie se hace cargo de su conservación", añade Margalé, que considera que los ayuntamientos tendrían que ser responsables del mantenimiento de unos elementos arquitectónicos que a veces poseen un gran valor artístico y etnológico.

La prueba del desinterés de los poderes públicos por los cruceros ha llevado a que sean los propios habitantes de los pueblos los que se hagan cargo de su recuperación. Este es el caso de Bergua, una aldea que pertenece al municipio de Broto, en el Sobrarbe.

Traslados fallidos

En ese núcleo pirenaico, un grupo de vecinos volvió a colocar sobre la fusta de un peirón un adorno medieval que había sido arrancado hace casi cien años. Se trata de una cruz que representa a la Virgen con el Niño por un lado, y a Jesucristo en la cruz, por otro.

Los residentes tomaron esa decisión después de que el Ayuntamiento de Broto solicitara sin éxito a la Dirección General de Patrimonio que interviniera para devolver al crucero su estado original. Finalmente, la Administración se ha interesado por la cruz de término y tratará de realizar una restauración más acorde con sus características y su estilo histórico.

Margalé elogia la actitud de los vecinos de Bergua, que habían guardado durante décadas, como un tesoro, la pieza que remataba el peirón. "Es encomiable su interés por conservar un elemento de su patrimonio que, en muchos otros sitios, hace tiempo que ha desaparecido o se ha modificado tanto que ha perdido todo su valor", opina el experto en cruces de término, que ha escrito varios libros sobre el tema.

"Muchos peirones han acabado en ruinas debido al abandono y otros han sido derribados por los vehículos y no se han vuelto a levantar", informa Margalé.

También ha sido habitual que los consistorios, preocupados por mantener algunos cruceros, hayan sufragado los gastos del traslado a un nuevo lugar y su reconstrucción.

Sin embargo, "el resultado, las más de las veces, ha sido un desastre", según Margalé. "Al erigirlos de nuevo en otro sitio han perdido sus rasgos originales y gran parte de su valor", apunta.

"Es curioso que, contra lo que se cree, no se trata de monumentos religiosos, sino civiles, pues eran los ayuntamientos y los particulares los que mandaban levantarlos, unos para orientar a los caminantes en los cruces de caminos y otros como señal de devoción religiosa", explica.

Con todo, algunos ejemplares se conservan muy bien. Así sucede en los pueblos turolenses de Visiedo y Argente, que cuentan con 14 peirones cada uno de ellos.

Lo normal ha sido que las cruces de término, con el crecimiento de pueblos y ciudades, hayan sido absorbidos por el casco urbano. Pero, en cualquier caso, se trata de una tradición que todavía sigue vigente. En Zaragoza, sin ir más lejos, se instaló uno recientemente junto al Puente de Piedra, como recuerdo del emplazamiento original de la iglesia de Nuestra Señora de Altabás.

Y en Villanúa, al pie de la carretera que conduce a Jaca y Francia, puede admirarse otro totalmente nuevo en un aparcamiento situado junto al Camino de Santiago.