La farsa o esperpento catalán ha alcanzado niveles de ridículo no conocidos en la política española de los últimos años, estando aún por ver cómo se resuelve la última escena y si cae finalmente el telón de la independencia, el del artículo 155 de la Constitución, el de la autonomía... o es el público el que se levanta pidiendo se le devuelva la entrada (el voto) para abandonar el teatro de estos hechos y olvidarlos definitivamente, como con desdén se recordará la pobreza de la comedia de enredo del Parlament y la falta de calidad de sus actores (Puigdemont, Sánchez, Turull...)

En semejante ordalía del independentismo faltan por retratarse los capellás catalanes. Culpables, muchos de ellos, en buena medida, del estallido de una ideología de ribetes nacionalsocialistas, curas nazis, en una palabra, catalibanes, pues han predicado desde los púlpitos la conquista de una tierra elegida para esa superior raza del pueblo catalán, mejor dotado que otros de inferior raigambre, como extremeños, andaluces, aragoneses, etcétera. Esta siniestra escuadra del sacerdocio catalibán, curas, como diría Pío Baroja, de escopeta y perro, han hecho mucho daño, pero se han ido de rositas.

Entre otras cosas, porque la Iglesia no les sanciona. Los tribunales eclesiásticos no suelen ventilar este tipo de asuntos. Si sus papas y obispos se conchaban con Mussolini, Videla, Pinochet o Puigdemont, Roma cubrirá esas vergüenzas con tupido velo. ¿De qué sirve la justicia del Vaticano? No para acabar con la pederastia, cuyos casos siguen repugnando al mundo. No para devolver los bienes artísticos hurtados a Aragón por religiosos sin escrúpulos, capaces de engañar a los fieles por el oro de cálices y retablos y de vender su alma al hermano Junqueras. Ni siquiera el penúltimo papa, el último inquisidor, y también el último teólogo, Ratzinger, pudo obligar al cumplimiento de las sentencias dictadas por los tribunales vaticanos, siendo Francisco papa de menos leyes y escasa pluma... A pesar de lo cual debería llamar al orden, a la religión, a los curas trabucaires de la Cataluña irredenta que se pasan por el forro de la sotana el concepto de la paz (practican violencia verbal), la universalidad (son localistas) y la igualdad (fomentan la diferencia). Papel que también podría asumir el arzobispo de Barcelona, el aragonés monseñor Omella, tan reivindicativo antes y tan pasivo ahora.

A esos mosséns los carga el diablo...