La discusión empezó hace ya días. El lunes aludía al tema un servidor de ustedes: ¿Cómo puede ser que en Francia hayan muerto por el calor entre tres mil y cinco mil personas y en España sólo medio centenar? Porque los gabachos no están habituados a los cuarenta grados centígrados, decían unos. Porque en los hospitales no tienen aire acondicionado, agregaban otros. Porque comen mucho fuagrás , porque son unos flojos, porque sus médicos estaban de veraneo, porque no se duchan... Pero la respuesta es mucho más sencilla: Porque en el país vecino se han contabilizado todos los fallecimientos atípicos que excedían los habituales en estas fechas, y aquí solamente se tuvo en cuenta a los difuntos que caían literalmente fritos. Las autoridades españolas, atentas siempre a tranquilizar a la opinión pública y a convencernos de que todo está bajo control, procuraron disimular el impacto de las altas temperaturas en el incremento de la tasa de defunciones y el colapso de las Urgencias (¡de todas formas aquí las Urgencias siempre están colapsadas!).

Los partes de defunción tienen su lectura política. Pues si los golpes de calor hubieran sido tan letales como en Francia, algún mandamás de la sanidad española se hubiese visto, tal vez, en la obligación de dar algunas explicaciones (no digo dimitir, como ha hecho en las Galias el director general de Salud, que una decisión tan extrema en España no la toman los altos cargos ni aunque les estén palmando hasta los ujieres de su ministerio). Pero al ser natural el incremento de las muertes naturales (como su propio nombre indica), a ver por qué habrían de inquietarse los jefes si echan el último suspiro personas que, de no caer ahora por el bochorno, lo hubieran hecho dentro de unos meses a la primera helada.

Y esta es la explicación cabal de la disparidad de datos e interpretaciones sobre el impacto del calor a uno y otro lado de los Pirineos. Que España sigue siendo diferente. ¡Olé!