El día de San Valero se convirtió ayer en una inyección de ciudadanía para los miles de personas que llenaron la plaza del Pilar desde primera hora de la mañana. Con rayos de sol -esta vez no hubo viento ni lluvia- y buena temperatura, desde las nueve se convirtió en el epicentro de la actividad festiva. Empezaban a llegar visitantes, que no dejaron de abarrotarla hasta después del mediodía. Al olor del roscón se iniciaba un programa que invitaba a la autoestima. Y a la paciencia, de filas y más filas que se entremezclaban. La de la Lonja, la Seo, el Tragachicos o las visitas a la casa consistorial por la puerta donde el propio santo y el Ángel Custodio daban la bienvenida.

«San Valero es un día para pasarlo en la calle, en familia y disfrutar con los niños. Ver todo lo que hay abierto y no perderse nada», comentaban Lucía y Lola, chocolate y roscón en mano y ya dirigiéndose a la fila de entrada al ayuntamiento.

«Vamos a ver todo lo que podamos. Somos mayores y a nuestra edad nos apuntamos a un bombardeo», bromeaba otra pareja de amigos. «No somos de Zaragoza, pero como si lo fuéramos», añadía Manuel, junto a su familia esperando turno para entrar en el consistorio. «No hemos visto nada igual nunca», decían, roscón en mano, Daisy y Robert, dos venezolanos que estaban haciendo turismo.

«Bienvenidos a la casa de todos los zaragozanos, hayan nacido aquí o no». Así comenzaba la visita por los entresijos del ayuntamiento, por la que pasaron un total de 2.813 personas en todo el día (en 58 grupos). A los pies del César Augusto iniciaban un recorrido por la escalinata hacia la planta noble, el despacho del alcalde, la sala de Gobierno, el pleno y el salón de recepciones. «¿Dónde está el retrato de Belloch?», preguntaba un visitante viendo los de todos los alcaldes allí colgados. «Lo estarán pintando», respondía la guía. «Seguro que no quieren ponerlo estos», apuntaba otro.

En el exterior seguía el hervidero de gente en el que se había convertido la plaza del Pilar. Con los más pequeños como protagonistas. En la plaza frente a la Delegación del Gobierno con música para los niños que no se habían ido detrás de los gigantes y cabezudos, o los que ya no querían hacer más fila para tirarse por el Tragachicos.

Triunfal salida de los cabezudos -aclamado el Morico- desde la casa consistorial en una comitiva siempre arropada por su público. Era numeroso en todo su recorrido por el centro y también a su regreso, por la calle Alfonso, a la plaza del Pilar.

Era difícil no verse metido en una fila. Hasta sin querer. Se mezclaban unas con otras. Y, al otro lado de la calle Don Jaime, la de la Seo, que recibía un reguero incesante de visitantes para besar la reliquia del santo. San Valero se vivía en la calle y alardeando de ciudad.