El viernes se cumplieron diez años desde que Huesca despertase conmocionada. Dos jóvenes morían atropellados y otros ocho resultaban heridos de diversa consideración en los exteriores de la discoteca Manhattan, situada en la Ronda de la Industria de la ciudad. El autor del mismo, Víctor Manuel Gómez Rivero, sería condenado años más tarde a cuatro años de prisión por circular de forma temeraria al ir ebrio y drogado al volante, si bien el tribunal consideró que este joven no tuvo intención de hacer daño.

Ya cumplió condena, aunque el resultado de su acción es difícil de olvidar, especialmente para las víctimas y sus familiares. Josan Rodríguez Zamora perdió sus dos piernas y se quedó ciego, si bien admite que después de todo este tiempo ha pasado del sentimiento de rabia al de superación.

«Al principio reconozco que sufrí mucho, que tenía rencor por lo ocurrido, pero decidí salir de ese túnel y luchar», señala Josan Rodríguez a EL PERIÓDICO. De hecho, acaba de plasmar su experiencia en un libro que ha titulado El Equilibrista, que es como se sintió cuando la vida, hace diez años, cambió drásticamente para él. De trabajar como camionero y tener una vida de muchas horas de soledad, a sentirse muy acompañado y a tener tiempo para, por ejemplo, escribir, que es lo que más le gusta en estos momentos.

Admite que cada año que pasa ha recordado el atropello de una forma distinta. Este va a ser diferente, especialmente por el foco informativo, si bien resalta que no se arrepiente de haber acudido aquella noche a la sala Manhattan «para un concierto de rock». Señala que «de pasada» ha vuelto varias veces al lugar de los hechos, si bien asevera que «hubo una ocasión en la que fui y pedí que me contaran cómo fue todo. Tras ello, quise seguir para adelante».

DESPERTAR

Josan tiene perfectamente grabado en su mente el momento en el que despertó. «Sonaban los Hérores del Silencio, no sabía dónde estaba, aunque era la habitación del hospital Miguel Servet de Zaragoza y mi madre me pedía que moviera la mandíbula», señala, mientras asevera que «fue difícil asimilar que estás en un cuerpo que no sientes tuyo y encima enterarte de lo sucedido, pero había que mirar más allá del túnel por la oportunidad que me había dado la vida».

Y es que para este joven oscense, lo de vivir el momento no es una frase hecha, es un estilo de vida. No obstante, señala que «la salida del túnel no hubiera sido posible sin el cariño de los padres y amigos».

Ese sentimiento de compañía también se traslada a otro grupo de amigos creado por las circunstancias: las víctimas del atropello mortal. «Algunos nos conocíamos de vista, otros no, pero esta tragedia nos unió y hasta ahora. De hecho la semana pasada quedamos todos para cenar y saber cómo se encuentra cada uno».

Josan también destaca el apoyo que recibió tanto él como el resto de lesionados y familiares de las dos víctimas mortales por parte de la ciudadanía. Sobre las críticas sociales por la condena de cuatro años de prisión al autor considera que «valorar la pérdida de un hijo como les pasó a los padres de Javi y de Benito es incalculable, al igual que en lo que respecta a las lesiones, yo estoy ciego y sin piernas». «Tampoco creo en las cárceles», añade,

Este joven va más allá y pide hacer una doble reflexión: la necesidad de humanizar la justicia y la de educar en valores. No puede evitar, tal y como hace en el libro, calificar de «circo» el proceso judicial que vivieron. «Allí cada uno tenía sus intereses, la defensa que su cliente no fuera condenado, las aseguradoras no tener que pagar mucho y las acusaciones cobrar lo máximo, pero para ello se oyeron argumentos poco sensibles».

De todo ese proceso le viene un nombre a la cabeza, el del fiscal encargado del caso, Felipe Zazurca. «No le traté, pero nos respetó y defendió nuestros intereses». En este sentido, lamenta que «te dicen en los reglamentos que no se puede mentir y yo pillé muchas mentiras, pero ante eso nunca ocurre nada».

Sobre el joven que le atropelló aquella madrugada, afirma no guardarle rencor. «No necesito que me pida perdón, decidí que no debía ser una piedra que me pesara, que debía desprenderme de ella para poder seguir adelante y así lo hice», afirma.

Tampoco ha intentado nunca encontrarse con él, porque considera que Víctor Manuel Gómez Rivero también querrá olvidarse de lo ocurrido. «Cada uno debe hacer su vida, si algún día nos juntamos en el camino será bienvenido, pero tampoco le exigiré perdón», afirma. Una serenidad que recalca, al tiempo que admite que no sabe cuál sería su posición si la víctima hubiera sido alguno de sus seres queridos. «Siempre hablo por mí, no por el resto de víctimas», subraya.

Su filosofía de vida que refleja en El Equilibrista y también en las charlas que imparte en institutos contando sus vivencias. Su reflexión parece sencilla, pero, desde la voz de la experiencia, anima a toda persona que está sufriendo un episodio negativo a que piense que «la vida nos pone a prueba, pero que aceptándola tal y como se nos presenta se observa que somos mucho más grandes de lo que podemos imaginar». En ese camino de superación es «fundamental» la compañía y buscar actividades, aconseja el escritor.