Muy probablemente en otras épocas a Cataluña le habría gustado moverse en el ámbito de la política francesa, siendo hoy sus sinergias inexistentes por divergentes, contrarias y opuestas. La diferencia entre Macron y Puigdemont es que uno quiere unir a su país con un continente y otro pretende dividir a los dos.

Hace unos meses tuve ocasión de conversar unos minutos a solas con el president Puigdemont y me dijo que no iba a convocar el referéndum catalán. No se daban las circunstancias, argumentó él, porque el Gobierno central no presentaba resquicios y por tanto era muy difícil que la consulta saliera. Yo le tomé la palabra porque me pareció sincero, en primer lugar, y en segundo porque la aventura independentista de los herederos políticos e institucionales de la familia Pujol no tiene, tal como viene planteándose, desde la exclusión y el odio, ningún sentido.

Macron, con la razón por bandera, con una propuesta reformista e integradora, y una nueva lectura de Europa, y del papel de Francia en sus directrices y ejes, ha devuelto la confianza a su electorado y despertado un clima de optimismo. Sus posiciones centristas, su tolerancia frente a la diversidad y su intolerancia frente a la intolerancia (Le Pen, Trump) le han impulsado a ocupar un amplio nicho con visos de mayoría absoluta.

En cambio, Puigdemont, con la cúpula de su partido imputada por los jueces, con un decreciente apoyo electoral y con un Gobierno débil, a duras penas sostenido por otros partidos, como la CUP, con los que no tiene nada en común, se lanza a desafiar al Gobierno, al Estado y a la nación española alentando a un puñado de fanáticos por la estrecha senda que retorna al pasado. El resto de España está por completo en contra de las maniobras secesionistas de una casta catalana alimentada durante cuarenta años de Transición por los impuestos de los españoles, que deberían, ahora lo vemos con claridad, haberse repartido más equitativamente, atendiendo con prioridad a otras Comunidades más fieles a la Constitución y al proyecto de nación.

La aventura francesa, impulsada por el viento del porvenir, la esperanza y la unión, concluirá, ojalá, felizmente. La desventura catalana, alentada por huracanes de odio, el rencor y la manipulación de la historia, se estrellará contra el fracaso de la sinrazón.