La celebración del Primero de Mayo, Día del Trabajo, nos ha dejado un ramillete de declaraciones y otro de manifestaciones públicas, con el consiguiente ramillete de reivindicaciones. Pero ni las imágenes ni los eslóganes, ni los mítines ni las críticas han sido como los de antaño, cuando los trabajadores tomaban las calles con ramos de razones y los gobiernos temblaban como hojas.

Hoy, en Moncloa, sólo tiemblan los tilos del bosquecillo porque Mariano Rajoy, en su plácido paseo por el poder, no teme ni siquiera a los suyos, que ya es confiar. La derecha no rebla en intención de voto por más casos de corrupción que afloren en Madrid o Valencia, y así, con las espaldas cubiertas, batirse a pecho descubierto con los sindicatos es más fácil.

Nadie entiende muy bien cómo es posible que UGT y CCOO, antaño baluartes del obrerismo, de la justicia social, auténticos contrapoderes en el pasado, contra la acción de gobiernos conservadores --incluso, socialistas-- se hayan reducido hoy a elementos menores, casi comparsas, de una política nacional sin filosofía laboral. Parte de culpa la tienen sus líderes, desde luego, que ni parecen ni actúan como tales, eternizándose, como sus propios discursos, en el discreto encanto de encantar a la izquierda y epatar al burgués, meterle miedo, pero sólo lo justo, sin nacionalizar, sin socializar, sin revolucionar ni apoyar independentismos ni repúblicas. Para contrastar, dos jóvenes políticos de la izquierda, Pablo Iglesias y Alberto Garzón, se han fotografiado con la CGT. Iglesias, en su salsa, agitando, propagando ideas, soflamas, mociones, mientras el pobre Garzón, que debería estar con los cocos, se dejaba llevar hacia los infiernos de una revolución que ni los suyos quieren, no sea que se dé todo la vuelta y hasta las cartas sindicales caigan boca abajo.

Podemos, en su utopía, no se ha encarnado en magro sindical porque sus cuadros son patas negras, profesores, intelectuales, pocos vistiendo el mono del mecánico, del minero que unta con grasa y carbón su conciencia proletaria y grita capitalismo no, troika no, yanquis fuera. Hay parados, muchos, desesperados, más, pero entre sus supuestos representantes no se percibe otro agobio que el de su escasa presencia en la actividad política de un país capitalista que los ha derrotado con las armas de la crisis y la subvención. Sindicatos igual a nostalgia. Muy triste.