Muerto Carlos II (1700) el trono de España pasa a Felipe V de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia y biznieto de Felipe IV, que inaugura el gobierno de la dinastía Borbón con la Guerra de Sucesión entre los partidarios de los Austrias y los que apuestan por la nueva dinastía. Zaragoza, donde el monarca juró los fueros de Aragón el 17 de septiembre de 1701, será escenario de la batalla de Zaragoza (la de los montes de Torrero) de la que el Rey tuvo que huir disfrazado de soldado raso y ayudado por un molinero, el 20 de agosto de 1710. Por el contrario, la ciudad era cercana a su esposa, la joven María Luisa de Saboya, que como regente en 1710 trajo la corte a Zaragoza. Aquí notó los primeros síntomas de esa tuberculosis que la mató, después de condenarla a vivir en la cama y sin pelo.

Su muerte abrió otra dimensión de esta relación de Zaragoza con sus reyes: las exequias que organizaba la ciudad levantando un capelardente o monumento funerario en torno al cual se celebraban los festejos que intentaban comunicar al pueblo la importancia de la monarquía y su legitimidad para gobernar. El concejo, el clero y la universidad, disponen los lutos por la muerte de la reina (1714) y por Felipe V (1746). Ante el túmulo, todo negro salvo las mazas y el león de la ciudad que lo remata, llegan a la Seo gentes enlutadas de los barrios ("con sus capas largas, sombrero y zapatos") y el concejo, con el tañido de las campanas, dispuesto a asistir al sermón en honor del difunto.

Así despidieron los zaragozanos a Luis I y a su hermano Fernando VI, dos reyes que no tuvieron interés por la ciudad a la que llegó Carlos III (1759), sólo para buscar reposo a los miembros de su familia que habían enfermado en el viaje. Los Borbones siempre llegaban a Zaragoza de paso, como ocurre con Carlos IV que descansa diez días en el palacio arzobispal (1802), camino de Barcelona. Para entonces la ciudad ya ha bautizado el Real Seminario de San Carlos en honor de Carlos III y la infanta Teresa de Ballabriga ya reside en su Casa de la Infanta después de sufrir el odio de su cuñado Carlos III.

Gracias al reconocimiento universal que la ciudad alcanza con la Guerra de la independencia, el rey Fernando VII no tiene más remedio que visitarla al volver del exilio francés. El rey --sagaz en el billar y fumador empedernido-- hizo su triunfal entrada, pintada por el valenciano Miguel Parra, acompañado por Palafox que le explicó que pedían su presencia "los labradores y las gentes del pueblo", atravesando el puente de piedra el 6 de abril a las tres de la tarde, en carruaje tirado por cincuenta paisanos heroicos y adornado con 24 cintas que llevan doncellas zaragozanas.

Dos décadas después su hija Isabel II, que también ve la ciudad de paso viajando con la regente María Cristina (1840) camino de los baños del Mediterráneo o volviendo de los de Fitero (1864), llega con ocasión de un viaje de estado (1860) aunque luego no vendrá a la inauguración de la primera línea de ferrocarril a Barcelona (16 de septiembre de 1861) mandando a su marido Francisco de Asís, que viaja en el tren real, se hospeda en el palacio del obispo y presume de haber bautizado a una infanta con el nombre de María del Pilar.

La crisis política y la ruina económica, con unos ferrocarriles que la gente suponía obra del demonio y huía del humo que echaban, desencadenaron la revolución que destronó a Isabel II. En el paréntesis monárquico de ese sexenio revolucionario Amadeo I de Saboya vino (septiembre de 1871) a la Exposición Aragonesa, encontrándose con tres arcos triunfales --pagados por el casino, el ejército y el comercio-- pero con poco entusiasmo popular y con el boicot de republicanos y aristócratas que no lo acompañan en castigo a que ha cambiado en el escudo de España los símbolos de Aragón por las armas de los Saboya.

Restaurada la dinastía con Alfonso XII, el rey vuelve a estar de paso (para visitar las tropas que luchan en el norte en 1878), y después --el 19 de octubre de 1882-- para inaugurar las obras del ferrocarril del Canfranc. Por el contrario, su viuda María Cristina de Austria (13 de mayo de 1888) estuvo en la ciudad "pasando por el Pilar" al futuro Alfonso XIII, quien mantendrá una profunda relación con la basílica pilarista. Cinco veces la visita, después de un primer viaje (2 de septiembre de 1903) cuando desde el tren tuvo que prometer a la gente que invadió la estación del Norte que vendría a Zaragoza.

Lo hará en fiestas del Pilar, cuando regala a la Virgen su bastón de mando, entrando a lomos de su caballo Alí hasta el palacio arzobispal, que se ha amueblado para esta ocasión (16 de octubre de 1903) con cosas prestadas por las familias zaragozanas.

La relación del monarca con la ciudad será tensa al no venir a inaugurar la Exposición de 1908, cuando su delegado don Carlos de Borbón sufre el boicot de encontrarse con un teatro Principal casi vacío el 30 de abril, mientras la infanta Isabel la Chata es aclamada en sus dos visitas. Cuando el rey Alfonso XIII venga (14 de junio de 1908) se verá obligado a inaugurar una lápida al tío Jorge y a avivar al pueblo concediendo a la ciudad el título de Inmortal que anuncia el alcalde, entre vítores, desde el balcón del palacio arzobispal donde el rey tiene su despacho.

Coincidiendo con las visitas el ayuntamiento recoge los memoriales, donde los ciudadanos piden cosas al rey o le denuncian situaciones injustas, al mismo tiempo que se levantan arcos triunfales bajo los que pasan los reyes, especialmente aclamados cuando viene la reina Victoria Eugenia. Están en el traslado de las heroínas de los Sitios desde el Pilar al Portillo, en los viajes del 18 de octubre de 1908 y el 3 de diciembre de 1923, y en la inauguración (15 de febrero de 1925) de la estatua de Ramón y Cajal en la Universidad (acontecimiento filmado por Tramullas).

Por último, viene a presidir la jura de cadetes (5 de junio de 1930) antes de iniciarse el paréntesis de la II República y de la dictadura del general Franco, que cerrará la llegada al trono de Juan Carlos I, que tiene especial predilección por la ciudad en cuya Academia General Militar ha estudiado. El príncipe viene al Pilar en 1952, 1963 o 1973 (clausura del Centenario de la consagración de la basílica), sin olvidar que los reyes visitan a la Virgen en su primera salida como monarcas (1975), ocasión en la que la reina Sofia regala a la Virgen su corona de brillantes y el rey su pluma de oro.

Volverán privadamente en 1977, en 1988 vendrá Juan de Borbón, en 1995 la infanta Pilar de Borbón abre la exposición El Pilar es la Columna, premio Aragoneses del Año, y en 1998 los reyes inauguran la restauración de la Seo. La larga relación de la familia concluye con su presencia al completo, el 13 de junio del año 2008, para la inauguración de la Exposición Internacional.

La vinculación al Pilar se heredará por el rey Felipe VI, que estudia en Zaragoza desde 1985. La ciudad da su nombre al pabellón deportivo (1990), él preside como príncipe de Asturias el inicio del año jubilar de 2004, y con su esposa la reina Letizia inaugura su viaje de novios con un entusiasta recibimiento en el Pilar. Años después, ya como rey de España, viene a inaugurar las exposiciones sobre Fernando el Católico y Goya, este año.