El hallazgo del cadáver de Alberto D., el Manitas, con un tiro en la cabeza en una acequia de Garrapinillos es una fiel muestra de los peligros que envuelven el mundo del tráfico de drogas, "Quien incumple, muere". Es la ley, y no hay circunstancias que modifiquen esta sentencia.

El ajuste de cuentas --principal línea de trabajo que siguen los policías de Homicidios-- se ha vuelto a cobrar una vida y ha destrozado a una familia. En este caso, parece ser que la víctima se había retirado del narcotráfico, según insisten familiares y allegados. Sin embargo, el método de ejecución y el historial del fallecido dejan poco lugar a dudas, aunque los investigadores no descartan ninguna hipótesis.

En las últimas dos décadas, Aragón no ha sido ajena a esta clase de vendettas, pero sin la asiduidad con la que se producen en otras regiones españolas. El principal nexo de conexión de todas ellas es que en raras ocasiones llegan a resolverse con la identificación y detención de los culpables. En todo caso, en los pocos asuntos que han llegado a juicio, la droga sólo se ha reflejado como móvil secundario.

La excepción se produjo en los últimos asesinatos entre traficantes, los ocurridos en noviembre del 2002 en la localidad navarra de Valtierra, donde dos bandas de pequeños traficantes de los barrios de Torrero y La Almozara, respectivamente, asesinaron a tiros a dos jóvenes para evitar el pago de un alijo de cinco kilos de cocaína.

El caso se resolvió medio año después con la detención de 19 personas, entre ellos los presuntos autores materiales del doble asesinato, y quedó establecido con claridad que el móvil fue la droga. El asunto está pendiente de juicio, con Juan Carlos S. U., el Coletas, como principal encausado.

Yonquis

También se resolvieron y se llevaron a juicio otros dos ajustes de cuentas registrados en Zaragoza en los barrios Delicias y Casco Viejo. El primero ocurrido en 1987, un hombre que era vigilado por la Policía como traficante, mató a tiros a un joven drogodependiente de raza gitana, conocido como el Pinki en la casa que presuntamente servía para vender droga.

Aunque los familiares de la víctima insistieron que el homicida proveía al Pinki de heroína, que rara vez pagaba, en la vista oral y en la sentencia posterior se presentaron los hechos como un intento de asalto a una vivienda para robar.

También quedó la droga en un segundo plano en la muerte de Ramón Palacios, en una vivienda de la calle Cerezo en diciembre de 1992. Según los autores materiales del crimen, le dispararon porque formaba parte de un grupo que asaltó el piso para robar heroína.

Quedan sin resolver otros supuestos ajustes de cuentas en el medio rural, en Aínsa y Borja. Incluso no se esclareció con rotundidad que el móvil fueran las drogas, pese a los fuertes indicios existentes.

El asesinato a tiros de Carlos Viscasillas el 31 de diciembre de 1995 provocó un amplio movimiento de rechazo social en la comarca del Sobrarbe y en la sociedad aragonesa en general. Todas las investigaciones de la Guardia Civil se centraron en jóvenes que se movían en círculos de trapicheo de drogas. Pero el caso se cerró sin que los autores del crimen fueran detenidos.

Más claro apareció el móvil de la droga en el asesinato de Emilio Borgoñón, cuyo cadáver fue hallado el 8 de mayo de 1992 cerca del Santuario de la Misericordia, en Borja. La mataron en una pista forestal y su cuerpo presentaba dos tiros en la cabeza y uno en la espalda. La víctima, que residía en Magallón, solía frecuentar ambientes de trapicheo de droga.

Se barajaron dos hipótesis. O bien el joven no había podido pagar a algún proveedor de droga o le mataron para robársela. En todo caso, los asesinos habrían obtenido un pingüe beneficio, porque lo más que podía manejar el fallecido eran pequeñas cantidades de hachís. Catorce años después, ninguna de estas teorías se pudo confirmar.

Las ´guerras´

Las guerras más duras entre narcotraficantes aragoneses se produjeron en la década de los 80, y dejaron un largo reguero de sangre. Las muertes de el Cajonero reunieron todos los ingredientes de la crónica negra de esta ciudad. Las luchas por controlar el narcotráfico se resolvieron a tiros en los Pinares de Venecia. Varias personas fueron asesinadas y el Cajonero fue condenado a las más altas penas de prisión.

No hubo condenas por la llamada guerra de Manero, en la que murieron asesinados a tiros en diferentes enfrentamientos Luis Sánchez Gil, Loquillo, al que encontraron enterrado en un campo de Pedrola, y Eduardo Manero, el Alemán, tiroteado en un pasaje comercial de Alagón. Nunca se detuvo a los autores. El principal implicado, José María Manero, que anteriormente había controlado el tráfico de heroína en la calle Zapata (Delicias), marchó a Colombia huyendo de una vendetta y falleció por una sobredosis.