Qué pretende el secretario general de los socialistas aragoneses, Javier Lambán, al sugerir una reforma constitucional que abra las puertas a la organización federal del Estado español e incluso a una III República? ¿En qué medida esos planteamientos, presentados en un Comité Regional al que apenas asistieron la mitad de sus miembros, se compaginan con el ataque de Lambán contra los conspiradores que minan la posición de Rubalcaba?

Javier Lambán sabe a estas alturas que dirige una federación socialista, la aragonesa, instalada en un partido más dividido y desorientado que nunca. El secretario general del PSOE aragonés ha tenido la mala suerte de obtener su puesto justo cuando los días de poder y gloria daban paso, abruptamente, a una terrible decadencia. La era Iglesias-Belloch, con sus cantos a la autoestima, sus grandes inversiones, sus expos, sus mensajes en positivo y sus maravillosas realidades percibidas debería haber dejado el rico poso de una adhesión social duradera y de una doctrina estratégica ambiciosa y cien por cien progresista. Sin embargo, bastaron dos ráfagas del huracán de la crisis para poner al descubierto las carencias y miserias de aquella época supuestamente dorada. Ni pleno empleo ni crecimiento económico y demográfico ni auténtica autoestima. El PSOE aragonés no se reforzó durante su década maravillosa. Se convirtió en una organización de profesionales agrupados en función de sus más pedestres intereses personales, meros gestores (casi siempre mediocres) de los cargos públicos obtenidos merced a la cooptación de las listas electorales, ayunos de ideología, pragmáticos ubicados a prudente distancia de cualquier criterio mínimamente progresista.

Ahora, cuando para retornar al poder los socialistas han de salir de un tortuoso laberinto, dirigentes como Lambán buscan alguna gatera por la que evadirse y atajar hacia recuperación del apoyo ciudadano. Proponen que el Rey abdique, o que se avance hacia una República, o que se ponga freno a los recortes, o que el partido se renueve siguiendo el adecuado ritmo y sin sofocos. Hacen autocríticas formales. Apuestan por un porvenir que dé continuidad a la secular presencia del PSOE en la gran política española. Y sin embargo... No cuadra. Pretender renovar el partido sin renovar a sus dirigentes es absurdo. Como lo es aspirar a que esos mismo dirigentes de ayer sean quienes elaboren un programa de lucha contra los recortes. Antes habrían de poner toda la organización patas arriba. Y no hablo de conspiraciones, sino de terremotos. Porque la III República tal vez llegue un día. Pero antes el PSOE necesitará liberarse del laberinto de la única (y sencilla) forma posible: encontrando la verdadera salida.