La celebración del Miércoles Santo en Zaragoza estuvo plagada, como siempre, de momentos de gran belleza y emotividad, como el acto del Encuentro entre Jesús Camino del Calvario y la Virgen de las Dolores de la Hermandad de San Joaquín, a medianoche y en la plaza del Pilar. Los zaragozanos acudieron, de nuevo, a esta cita. Con un fondo de heráldicas y tambores. Un fondo impresionante que siempre sobrecoge, mientras las dos imágenes se acercan lentamente hasta encontrarse en el meridiano de la Semana Santa.

Pero la de ayer también fue una jornada de ferviente devoción, como la que cada año demuestran los vecinos del barrio del Arrabal ante el paso del Ecce Homo. Esta obra anónima del siglo XV (la más antigua de la Pasión zaragozana), pequeña y peculiar, plana en la parte trasera por haber sido antaño una talla del altar, desfiló al ritmo de las matracas (sonido exclusivo de la Hermandad del Ecce Homo). Y lo hizo por la tarde en un acto sobrio, que recoge toda la esencia y el sentir de la semana santa aragonesa.

Otras cuatro cofradías marcaron la jornada en la que la Pasión comienza a acercarse a sus momentos más dramáticos. La de la Llegada de Jesús al Calvario, muy populares su barrio Oliver de origen, protagonizó su Vía Crucis particular. La Hermandad de Jesús de la Humildad volvió a transmitir su sentir andaluz de la Semana Santa, en contraste con la sobriedad y devoción franciscana de la Cofradía de la Crucifixión. También desfiló con sus tres bellísimos pasos (obras anónimas de los siglos XVIII y XIX), la Cofradía de Jesús de la humillación, una de las más jóvenes con las que cuenta la Pasión zaragozana.

PASO OBRERO El Ecce Homo volvió a fascinar por su belleza. La imagen representa el momento culminante del proceso político sufrido por Jesús: la presentación al pueblo. Se trata de una talla anónima de madera de roble de 153 por 50 centímetros datada, por comparación estilística, entre 1485 y 1490. Es, sin duda, la obra de mayor calidad artística de cuantas desfilan en Zaragoza y, también, la de mayor antigüedad.

Restaurada en 1992, recuperó su magnífica policromía original y multitud de detalles que habían quedado ocultos tras múltiples capas de barnices oxidados. Desde su descubrimiento goza de gran devoción en la parroquia de San Felipe.