Para entender lo que está pasando en España se puede ver una película francesa, El buen maestro, de Olivier Ayache-Vidal, con Denis Polanydes en el papel principal. Un profesor de letras muy prestigioso, empleado en un Instituto de París, a quien el ministerio de Educación pide que se traslade a un colegio de las banlieu, a fin de participar en la lucha por la integración educativa de los jóvenes estudiantes.

Una vez trasladado, el profesor Foucault deberá acostumbrarse al difícil medio en el que va a enseñar. Sus nuevos alumnos son en su mayoría hijos de emigrantes muy pobres, arracimados en las barriadas. Franceses, sí, pero todavía con un pie en África o en Indonesia, y con tal carga de insatisfacción y violencia que en las primeras semanas de clase Foucault lo pasará francamente mal, hasta que poco a poco conseguirá hacerse respetar e ir insuflando en sus alumnos un cierto interés hacia las asignaturas. Para obtener resultados, Foucault llegará a la conclusión de que hay que cambiar el viejo sistema, pues no funciona. La empatía entre profesores y alumnos es nula. Los castigos son desmedidos, e inútiles, y no sólo no evitan el fracaso escolar sino que lo agravan. Foucault se enfrentará a la dirección del centro, modificará hábitos y pautas y conseguirá alterar algunas normas, obteniendo éxitos parciales, abiertos a la esperanza de un futuro cambio de sistema.

Algo que no se ve en esa escuela de políticos que es España, donde las viejas normas siguen rigiendo la educación democrática de las nuevas generaciones que piden cambios, pero sólo se les aplican antiguas recetas. Mariano Rajoy no ha renovado nada, ni la Constitución, ni la ley electoral, ni la manera de hacer política de Aznar, que ya era rígida. Su éxito con/contra la crisis económica ha vaciado las arcas estatales en favor de corporaciones, multinacionales y bancos, en detrimento de los pensionistas y el trabajo estable, como ha dejado claro el 1 de mayo.

A las manifestaciones sociales, feministas, al clamor por la igualdad, contra el maltrato, el Gobierno ha respondido sin pulso, tomando, como mucho, medidas de emergencia, nunca coyunturales. El problema catalán no lo ha resuelto. El problema vasco lo ha silenciado con millones. El paro de larga duración, a base de mileuristas, y la educación del país, el adn de los nuevos españoles, de ninguna manera. Y así, no se puede sacar buena nota...