"Suena a barbaridad, pero a mí me ha cambiado la vida a mejor porque las secuelas apenas son visibles y antes trabajaba en Correos, tenía una frutería en el centro y 20 hectáreas de tierra y ahora, en cambio, me dedico a mi familia, a la asociación y luego al resto del mundo". Miguel Lierta reconoce sentirse afortunado. Hace diez años sufrió un ictus que le mantuvo casi dos meses en coma y que estuvo cerca de costarle la vida. "Salía de casa y empecé a no ver bien, me fallaban las fuerzas y estaba mal. No estaba lejos de casa, así que conseguí subir y le dije a mi mujer que no me encontraba bien, por lo que me subieron en un coche al Miguel Servet. El diagnóstico estaba claro: había sufrido un infarto cerebral", recuerda.

A partir de ahí, la lucha por la vida. "El ictus hemorrágico me había encharcado tres cuartas partes del cerebro, pero me salvaron la vida aunque me quedé como un niño y tuvieron que volver a enseñarme a andar", apunta Miguel.

El shock y la tristeza iniciales dieron paso a la angustia cuando a Miguel, de 57 años, se le concedió el alta. "En el hospital estás y te sientes muy protegido, pero el palo es cuado te mandan a casa porque sabes que has sufrido algo muy grave".

La terapia se encargó de que, poco a poco, volviera a andar e incluso a conducir. "Estuve tres años sin hacerlo y me sigo trazando mis recorridos en la mente, aunque quizá no es el más corto, pero es el que me dice el cerebro". Pero hubo otro factor clave en la recuperación de Miguel. "En el 2004 entré en la asociación y ayudar a los demás te hace funcionar el cerebro y te ayuda a seguir trabajando". Ahora, Miguel es secretario de la Asociación Ictus de Aragón, que reúne ya a más de 500 socios.

Pero hay secuelas "aunque no son visibles". El sangrado se reabsorbió y el tratamiento funcionó, pero "los rehabilitadores dicen que mi cerebro ignora la parte izquierda, que es la que se ocupa, entre otras cosas, del equilibrio y la derecha de aspectos como el habla".