Como un castillo de naipes. El Faro se vino abajo en cuestión de segundos cuando la maquinaria inició ayer su demolición. El edificio más grande del mundo hecho en barro acabará en el vertedero porque nadie ha sido capaz de salvarlo. Primero por falta de financiación, ya que nadie puso el dinero necesario para costear su traslado y el único interesado, un empresario que quiso llevárselo a Gallur para que se erigiera como edificio estrella de su proyecto, no obtuvo respaldo económico. Y, en segundo lugar, porque la maquinaria que se encarga de retirar las plazas temáticas, Detecsa, se topó ayer, al iniciar los trabajos, con que la estructura era ya irrecuperable. Cuando la máquina tocó la fachada, se desplomó la mitad de la contrucción.

"Esta era la única posibilidad de mantener vivo parte del edificio pero cuando han empezado a desmontarlo se han encontrado con que la madera estaba podrida, por la humedad y las lluvias recibidas. Había un 10% de probabilidades de recuperarla, era muy complicado. Es una verdadera lástima que Zaragoza pierda un símbolo como este". Así lo relató ayer a este diario Abel Samitier, el empresario que pretendía llevar El Faro a Gallur.

El empresario intentó durante meses presentar una solución más económica para su traslado, dejando en suspense cuál sería el destino final de este emblemático edificio. Su rescate se cuantificó en más de dos millones de euros.

Nadie presentó una oferta al concurso de enajenación de plazas temáticas (por un mínimo de 6.000 euros) ni después, pese a que la sociedad pública anunció un indulto que liberaba al comprador del pago de 6.000 euros y destinaba el coste de su demolición a ayudar en el traslado.

Aún así no fructificó. Y tanta espera empezaba a pasar factura a las tareas de demolición. Ya se han eliminado Agua Compartida, Oikós y Ciudades del Agua del frente fluvial, donde irá un parque que se prevé abrir parcialmente (hasta el acuario) el mes que viene. Esperar más era imposible. Y duró hasta ayer. Nació como construcción efímera y así acabará porque nadie ha apostado por salvarlo.