Si dejamos a un lado al Ayuntamiento de Zaragoza, donde la bronca política (todos contra ZeC; Zec contra todos) es constante y delirante, y los achuchones que cierta derecha (no toda, ojo) le pega al presidente Lambán... todo ha vuelto a la tranquilidad en la Tierra Noble después de que el sobresalto en Opel se haya superado gracias al talante concesivo (¡a la fuerza ahorcan!) de los trabajadores de Figueruelas. Y así, con los bienes muebles de Sijena devueltos, FIMA llenando la Feria de Muestras y los hoteles de Zaragoza, Teruel volcado en las Bodas de Isabel y el Pirineo requetenevado, el triunfalismo oficial se ha desencadenado hasta emular aquellos buenos tiempos del Marcelinato cuando atábamos los perros con longaniza, o eso parecía.

El área de conflicto se ha desplazado a la periferia institucional, allí donde aparecen personajes y opciones no integradas en el sistema. Por eso la política municipal zaragozana vive al borde del ataque de nervios, con todos los actores acusándose de cosas tremendas, con un episodio tormentoso tras otro. Un ejemplo perfecto: el conflicto de las sociedades municipales. A día de hoy, la polémica sobre su control por parte del equipo de Gobierno se ha trasladado al carácter legal, o no, de la medida. La oposición ha encargado, y pagado con los fondos que tiene asignados, informes al respecto. ZeC insiste en que su actuación está amparada por la Ley de Capitalidad (elaborada y aprobada en su momento por PSOE y CHA, que ahora intentan reinterpretarla). La opinión pública ya no entiende nada.

Pero en líneas generales Aragón vive instalado en un cómodo dejar pasar. Y quienes mecen la cuna donde dormita la ciudadanía se aplican a susurrar dulces nanas para que la somnolencia siga y siga y siga... Ni siquiera las supuestas ofensas a la Virgen del Pilar por parte del intelectual perroflaútico que pregonó el carnaval de Santiago han logrado conmover al personal (salvo a los más conservadores y clericales). Si el faltón hubiese sido catalán...

El triunfalismo ha sumado a sus argumentos habituales (buenas noticias hiperdimensionadas, hoteles llenos, crecimiento y supuestos éxitos de Aragón en el mundo) el futuro aterrizaje en Figueruelas del Corsa eléctrico. Casi se ha dado a entender que el vehículo lo vamos a inventar aquí, en vez de ser un desarrollo llevado a cabo en los centros de PSA-Opel en Francia y Alemania. Las iniciativas (correctas, por supuesto) para formar al personal de la planta aparecen como parte de un salto tecnológico espectacular. ¡Ay, madre!

Mejor sería que la buena noticia de que el Corsa ha de seguir aquí, desencadenase una revisión completa de la política para incentivar el desarrollo industrial llevada a cabo por el Gobierno aragonés. Una política trufada de fiascos y despilfarros, a cargo de institutos y sociedades públicas que necesitarían un reseteo de punta a cabo. Atraer empresas serias e interesantes no es tanto cuestión de eliminar impuestos y repartir subvenciones como de tener propuestas activas, incentivos transparentes, inversión en I+D+i... y sentido de la realidad y dejarse de optimismos baratos. Aunque no estemos acostumbrados.