Desde hace unos años los voluntarios son una presencia habitual en las calles de Zaragoza. Pero esto no siempre fue así. Costó mucho esfuerzo que la ciudadanía comprendiera la labor que han desarollado. «En los primeros meses, cuando la sede estaba en la calle Ponzano, nos llegaron a poner carteles en la puerta que decía Yo no soy tonto, yo no soy voluntario, parodiando una campaña de publicidad», recuerda más de diez años después la principal impulsora del cuerpo, Marta Colomer.

«Vértigo». Esta es la palabra que usa Colomer para rememorar la puesta en marcha del cuerpo municipal. «Fuimos unos atrevidos, porque solo se había hecho algo parecido en la Barcelona de las Olimpiadas», expresa.

Entre las claves para el éxito de la iniciativa destaca el hecho de que todo el mundo participara en las áreas de acción que fueran de su interés. «No tendría sentido que se les obligara a realizar actividades, eso ya entra dentro del trabajo remunerado», señala.

Esta fue otra de las cuestiones sobre la que necesitaron hacer pedagogía. «Había miedo entre los funcionarios a que los voluntarios acabaran con algunos puestos de trabajo», reconoce. Solo una colaboración entre departamentos y un trabajo «amplio y transversal» permitieron superar todos los recelos iniciales. «Al principio la gente venía con vergüenza, pero pronto empezaron a sentirse orgullosos», manifiesta Colomer.

Con el fin de la Expo se tuvieron que adaptar a una nueva organización. Al depender del Ayuntamiento de Zaragoza se produjeron deserciones entre los que no querían que su labor fuera capitalizada por la clase política. Sin embargo, esta nueva estructura permitió ampliar el abanico de posibilidades a la hora de colaborar.

Impacto social

Colomer señala que la adaptación ha sido positiva y que el voluntariado ha tenido un gran «impacto social». Dejó su puesto en el 2016 y desde entonces se ha mantenido algo alejada de un cuerpo del que siempre se le ha considerado su alma mater. «Es importante destacar que todos los que colaboran con este cuerpo lo hacen siempre pensando en la ciudad», agradece.

Con la celebración de los diez años del Voluntariado no se esperan actos oficiales de reconocimiento a todos sus inscritos, aunque Colomer cree que serían merecidos. «Son los ojos y la cara más amable de la ciudad», asegura según el lema que se hizo popular.

Además, cree que la fraternidad que han logrado ha sido «muy beneficiosa» para muchas personas que se sentían solas, ya fuera por edad, enfermedad o situación familiar. «Todos los voluntarios se sientes ocupados, queridos y útiles», confirma.