En España el fútbol es mucho más que un inocente juego al aire libre. Se ha visto ahora mismo con la renuncia de Florentino Pérez, que acaparó portadas de diarios e informativos audiovisuales y provocó declaraciones al respecto de los más destacados portavoces en el Congreso de los Diputados (y por cierto que quien estuvo mejor, con gran diferencia, fue el republicano Puigcercós). Pero no creo que antes de la crisis madridista existieran demasiadas dudas sobre la influencia sociopolítica del balompié. No al menos en Zaragoza, donde el futuro de La Romareda ha provocado el debate más intenso y apasionado de la actual legislatura municipal y autonómica.

Dicen que este amable señor al que sus jugadores llamaban simplemente Florentino hizo el milagro de sacar al Madrid de la ruina. Pero el milagro fue, antes que nada, institucional e inmobiliario: le recalificaron la Ciudad Deportiva y a partir de ahí empezó a hacer caja (qué interesante ejemplo para nuestro Solans, ¿verdad?). Sin embargo, ya ven ustedes, buena parte de esa pasta ha acabado en las cuentas corrientes de una pandilla de supuestos galácticos cuya vanidad y cuya inmadurez ha terminado por sacar al bueno de Pérez de sus casillas (o si no de sus casillas, sí de sus ronaldos y sus beckhams). Menos mal que ACS se ha convertido en la primera constructora del país.

El fútbol es una cosa muy importante. En Aragón influirá sin duda en las próximas elecciones locales y regionales por mor del estadio zaragozista. En cambio nadie se acordará, por ejemplo, de la casa de Buñuel en Calanda, un inmueble proyectado por el arquitecto Magdalena, que pronto será derribado para construir apartamentos. Es lo que pasa con la cultura: que no motiva tanto a la opinión pública, a las instituciones o a quien corresponda. Y aún puede darse por contento el cineasta, allá donde esté. Su domicilio familiar ha movido una pasta no desdeñable. Un solar es un solar.