El grupo de empresarios que dice haberle comprado el Zaragoza al famoso Agapito Iglesias aún está esperando la pasta que ha de financiar la operación. ¿Y cómo han podido comprar cosa alguna si no tenían dinero? Pues porque estamos en un extraño país donde la cordura más elemental se esfumó hace tiempo. Por eso, tampoco el consejero de Sanidad y Bienestar Social, Ricardo Oliván sabe de dónde sacará los millones que, dice, permitirán aliviar las tremebundas listas de espera, ésas que al final ha dado a conocer de la forma más inapropiada (por decirlo suavemente).

¿Por qué mezclo el asunto del fútbol profesional con el de la salud pública? Pues porque ambos forman parte de la locura sistémica que nos envuelve y porque tampoco son ajenos entre sí. Lo del Zaragoza tiene a la afición perpleja. Nadie entiende nada y nadie se fia de nadie. Casasnovas, el cabecilla inicial de quienes pretenden hacerse con lo que impropiamente llamamos club, llega con una anterior condena por fraude fiscal. El juez Picazo está pendiente de todo porque por ahí cuelgan (pese a las quitas) ciento y pico millones de deudas acumuladas por el tal Iglesias. Mientras, la Sociedad Anónima Deportiva objeto de tantos afanes continúa sangrando al contribuyente aragonés. Mañana, el Gobierno autónomo tendrá que apoquinar 670.000 euros correspondientes a un crédito (impagado) que un Iglesias le avaló al otro Iglesias a cuenta de la caja común. La broma nos ha costado por ahora 1,6 millones, pero ha de llegar a los 5,1 kilates. La mitad, más o menos, de lo que ahora haría falta para que los enfermos no tengan que esperar meses, y aun años, intervenciones urgentes.

Demencial. Según muchos profesionales de la sanidad, las listas de espera presentadas por el consejero Oliván están manipuladas. Además ha borrado las series históricas, para que nadie pueda avergonzar al actual Gobierno aragonés comparando lo que va de ayer a hoy. ¿Esta es la transparencia que nos prometió la presidenta Rudi?

Sospechar es libre... y obligado. Un juez (otro más) investiga la compra por Plaza de aquel cuadro de Goya destinado a un museo que jamás se construyó. Otro presunto sobreprecio. En este caso artístico, no futbolístico. Aquí no hay cosa que no traiga sorpresa, como los roscones.

Asomada a estos barullos que paga con sus impuestos, la gente se cura de espanto. En Aragón y en el resto de España, los jefes, muy formales, nos invitan a la moderación y a no correr riesgos. Como si tenerlos a ellos ahí arriba no fuese el peligro más evidente e inminente. No votéis cosas raras, ordenan. Sed posibilistas. Ojito con los radicales... ¡Ah!, ¿pero hay algo más raro, más imposible y más radical que esta normalidad institucional?