El calentamiento global es una realidad que nadie discute. Mucho se ha averiguado sobre él y ya se conocen ampliamente los efectos que tiene sobre la superficie terrestre, pero siempre es posible encontrar alguna excepción. Y en este caso, la excepción tiene forma de cueva, concretamente una que se encuentra en el macizo de Cotiella, en el Pirineo aragonés. Hace aproximadamente una década, la tesis doctoral de un investigador dio inicio a una serie de estudios que hoy le hacen merecedor, junto a otros cinco compañeros, del XXI Galardón Félix de Azara, concedido por la Diputación Provincial de Huesca. El grupo está constituido por Ana Moreno, Carlos Sancho, Ánchel Belmonte, Miguel Bartolomé, María Leunda y Belén Oliva, miembros del Instituto Pirenaico de Ecología y de la Universidad de Zaragoza.

En el interior de esta cavidad existía una importante masa de hielo y, además, podía datarse para saber su origen. «Lo cierto es que ya se conocían cuevas heladas en el Pirineo», reconoce Carlos Sancho, «pero nunca se les había prestado una atención científica», afirma. No fue tal caso esta vez, y su trabajo de exploración les permitió localizar depósitos de hielo que, según explica Ana Moreno, «se utilizan como registro de información para saber el clima de hace cientos e incluso miles de años», tanto las temperaturas como las precipitaciones, dependiendo del momento en el que se originó el hielo. Actualmente, esta investigación se extiende a otros montes, como la Gruta Casteret, en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, varias cuevas en la Faja de los Sarrios y otras cavidades en los macizos de Tendeñera, Collarada y Lecherines.

La metodología a seguir es compleja. A veces, llegar hasta la masa de hielo no es fácil, por lo que cuentan con la ayuda de grupos de expertos en espeleología. «Son nuestros ojos», admite Sancho. Se intentan localizar los bloques de hielo más grandes y antiguos y se extraen cortes verticales de hielo para observar sus capas. Después, se elabora una descripción de las muestras y se guardan para posteriormente descongelarse. El agua en estado líquido se filtra para analizarla y saber sus indicadores, tales como los restos orgánicos que contiene o su edad.

CONTROL

También se lleva a cabo una monitorización completa de la cueva, que permite registrar sus datos en todo momento: temperatura, humedad, el goteo dentro de la cueva... «incluso si hay nevadas sobre la cueva, los sensores lo captan», dice Sancho. También captan la velocidad a la que desaparece el hielo a causa del aumento progresivo de las temperaturas, lo que resulta preocupante. «Vemos que el volumen de hielo está en retroceso», se lamenta Moreno. «Se trata de un riesgo inminente, por lo que necesita estudiarse cuanto antes, para que no se pierda más información con el deshielo. Pretendemos anticiparnos a la desaparición para sustraer toda la información posible», completa Sancho. Para ello, afirman, es necesario detectar más cuevas, determinar su edad y analizar los indicadores del hielo.

Pese a todo, ambos investigadores se muestran satisfechos con este reconocimiento. «Es duro, requiere mucho trabajo en un campo complicado como es la montaña. Además, es una investigación sobre cambio climático, algo que hemos provocado los seres humanos, por lo que lo podemos tomar también como una alerta hacia la sociedad», asevera Moreno.