Seguirá siempre vivo. En nuestra universidad, en cada uno de nosotros. Nos ha dejado Manuel López Pérez, timón durante ocho años de la Universidad de Zaragoza, pero su forma de entender la vida, el trabajo, la docencia y la investigación permanecerá. A su gran talento como profesor, investigador y gestor, se unía su grandeza de hombre bueno, cercano, humilde y generoso, capaz de empatizar incluso con sus supuestos adversarios. Su personalidad siempre trascendía y le convertía en alguien querido, respetado y admirado por todos.

Es difícil encontrar personas que, como Manolo, combinaran una excepcional trayectoria de estudiante, un excelente currículum investigador de reconocimiento internacional y la entrega a su universidad a través de la gestión. Estaba convencido de que solo a través del conocimiento, de la investigación y del desarrollo podríamos generar una sociedad mejor. La lucha por la justicia y por la mejora del mundo se encontraba en su ADN personal. Su empeño en trabajar por la igualdad de oportunidades desde todos los frentes no conocía límites.

Desde el primer momento destacó como estudiante universitario, con un expediente extraordinario, a pesar de su deficiencia visual, dando muestras de su gran inteligencia y fortaleza personal, convirtiéndose en un modelo de superación a lo largo de toda su vida. Gozó ya desde su juventud del apoyo absoluto de Merche, que se convertiría en su esposa y compañera, creando la familia de la que tan orgulloso se sentía y que le ha sabido acompañar y apoyar en toda su andadura, no exenta de dificultades y contratiempos. Ese respaldo de los suyos le permitía inyectar a su trabajo grandes dosis de pasión y de compromiso, que transmitía a los que trabajábamos con él.

La docencia fue otra de sus pasiones. A ella se incorporó muy joven como profesor adjunto de Bioquímica en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid. Tras pasar por la Universidad de Alcalá, obtuvo la plaza de catedrático de la Universidad de Zaragoza en octubre de 1982, y en muy poco tiempo se identificó con nuestra tierra, con nuestra universidad. Su exquisita formación, cultura y oratoria, así como la meticulosa preparación de sus clases y entusiasta atención a los alumnos le ganaron el respeto. Aderezaba el conocimiento científico con pinceladas ligadas a la actualidad, la reflexión o la crítica, atrapando la atención de su audiencia que en más de una ocasión le premió con aplausos.

Despedimos hoy (por ayer) a un gran científico, reconocido a nivel internacional, que nunca abandonó su carrera investigadora. Hasta el último momento siguió trabajando de forma incansable y ni siquiera cuando fue rector de la Universidad y presidente de CRUE Universidades dejó de lado su investigación en el ADN mitocondrial, tema que hace unas semanas desarrolló en un monólogo científico, que esperaba presentar en breve y con el que quería sumar fuerzas a la divulgación científica en la que tanto creía. Investigador brillante, comenzó dedicándose al ámbito vegetal pero pronto lo cambió por el estudio del ADN mitocondrial, con el afán de mejorar la calidad de vida de afectados por patologías.

Su compromiso con la universidad le hizo implicarse en la gestión, donde rápidamente se dotó de un sello propio, distintivo: la búsqueda del consenso. Aunque era firme en sus decisiones, sabía usar la delicadeza y la cordialidad para alcanzar acuerdos en las situaciones más comprometidas y en los momentos más adversos.

Permaneció al frente de la universidad y supo mantenerla a flote en la época más dura de la crisis, con graves recortes presupuestarios. Aun así apostó por una institución accesible mejorando el sistema de becas y fomentando las oportunidades.

Recordamos a un hombre dialogante que facilitó grandes pactos que han permitido avanzar tanto a la Universidad de Zaragoza como al sistema universitario español. Todo con humildad, manteniéndose en ocasiones en un discreto segundo plano.

He perdido un amigo. Un excelente amigo que me embarcó en su proyecto, y del que he aprendido lo poco que uno puede aprender de todo lo que él podía enseñar. Durante esos ocho años y los que vinieron después solo recibí palabras de ánimo y grandes consejos para trabajar por nuestra universidad. Fue una gran persona que siempre ofrecía muestras de aliento y transmitía su cariño a todos con los que trataba. Nunca tuvo un mal gesto por difícil que hubiera sido el día.

Aparte de un gran universitario, ha muerto una gran persona querida por todos. Por sus allegados y amigos, desde luego, pero también por la comunidad universitaria. Manuel López es memoria viva de la Universidad de Zaragoza, una institución a la que se entregó con devoción y en la que su obra permanecerá. Manolo ya está subiendo su starway to heaven pero seguirá siempre vivo. En nuestra universidad, en cada uno de nosotros.

Rector de la Universidad de Zaragoza. Relevó a López en el cargo.